Hay días en los que la nostalgia es sentimiento perpetuo. Acompañante y silencio sin nombre. Perdón inesperado.
Hay noches en las que lo perpetuo soy yo en el recuerdo: esa barca teledirigida hacia costa enemiga. Esa sensación de impunidad y duelo.
Pero tú no te diste cuenta. Ni de eso ni de que hay amores que nunca se superan. Que tú eras mi obstáculo insuperable, mi punto y final; mi punto y coma porque decían que no quedaba más remedio que vivir.
Pero yo que siempre fui un sí, giré el mapa en busca de otras brechas, de otras luces, de otro show. En busca de mí. En busca de la grieta, del bálsamo, del verbo de lo nuevo, del camino constante aun con cadenas.
Tú eras el abismo en el que terminaban todas mis palabras, de quien hablaban todos mis poemas aunque no te nombraran. No entendiste que tu ausencia parecía el mejor de los regalos hasta que se convirtió en mi eterno lastre.
Yo era tu continente vital contenido, esas letras a punto de saltar desde las comisuras cuando el silencio corta el lazo. No entendiste que mi ausencia era tu remolino y arena; enfermedad y desgana: mis ojos gastados, melena de ruinas.
Como quien viaja con sus miedos a cuestas yo te llevaba en todos los folios en blanco, porque eras y serás todas las historias por escribir. Aunque no lo supieras, eras todas las miradas suicidas, todos los abrazos que negué a todos los que no eran tú.
Como quien muere boqueando por un mundo que no existe, yo intentaba pulsar la realidad en cada pliego de papel que envíe sin remite, viajando en ellos.
Aunque no lo supieras, fuiste cada día durante todos los días.
Aunque no lo supieras, dormía acurrucada en tus huellas.