‘Óscar Domínguez. La belleza convulsiva’ es la nueva exposición del pintor canario, que trata de explicar, a partir de su obra, la estética del movimiento surrealista
Ficha técnica
Título: La belleza convulsiva
Artista: Óscar Domínguez
Comisario: Fernando Castro Borrego
Espacio: Fundación Cristino de Vera-Espacio Cultural CajaCanarias, calle de San Agustín, 18, La Laguna
Horario: lunes-viernes, de 11.00 a 14.00 y de 17.00 a 20.00; sábados, de 10.00 a 14.00
Duración: hasta el 31 de enero.
Web: fundacioncristinodevera.org
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Cueva de guanches, óleo sobre lienzo (1939). Museo Reina Sofía (Madrid). / CANARIAS3PUNTOCERO
Decía André Breton, padre del movimiento surrealista, que “la belleza convulsiva será erótico-velada, explosivo-fija, mágico-circunstancial, o no será”, estableciendo esta belleza como un principio estético para el desarrollo de las hechuras de su grupo. Esta afirmación es la que toma el comisario de la muestra, el catedrático Fernando Castro Borrego, para elucubrar en torno a la obra de Óscar Domínguez (nacido en La Laguna en 1906 y fallecido en 1957) una génesis de la imagen surrealista.
La investigación se estructura a través de 16 pinturas, cuatro de ellas decalcomanías, técnica inventada por el propio Domínguez. El deseo de elaborar un discurso expositivo que condense las nociones principales de la estética surrealista se basa en el carácter eminentemente contendiente y provocador que lo onírico provoca en la imagen en tanto niveles de deseo, fusión de figuras o conocimiento oculto. Sin embargo, resulta prácticamente imposible introducirse en las raíces surrealistas con las piezas expuestas, a pesar de que entre ellas se encuentran, además de las citadas decalcomanías, dos de las obras maestras del pintor canario: Mariposas perdidas en la montaña y Cueva de guanches.
La importancia de la primera estriba en la influencia autobiográfica que posee al ser leída en clave de pulsión sexual inconsciente, al modo freudiano, mientras que la segunda, según el comisario de la exposición, contendría, desde el punto de vista iconográfico, “la clave simbólica para explicar el significado del movimiento surrealista en tanto que verdad oculta”. La afirmación de la belleza convulsiva como eje conductor de la exposición se sustenta hasta la contemplación, precisamente de Cueva de guanches, en tanto que esta concepción pictórica resulta contradictoria y beligerante, como lo fue el propio surrealismo, al tratar de traducir el lenguaje completamente liberado de ataduras espaciales, formales y sexuales de los sueños y anhelos del subconsciente.
El periodo final de Domínguez, desde los años 40 hasta su muerte, adolece de una estética pausada y cotidiana, sin la violencia anterior. Ha sido deseo del comisario mostrar esta doble perspectiva cruzada en el quehacer del artista, algo que, sin embargo, se ve empañado por la pobre cantidad de obra y los larguísimos textos sobreimpresos en la exposición que, en lugar de servir de ayuda, se centran precisamente en la interpretación del comisario de las piezas clave citadas.
Estas masterpieces podrían componer perfectamente todo el discurso expositivo sin faltar a la trayectoria de Domínguez y es precisamente el deseo de mostrarlas e interpretarlas lo que subyace en el discurso expositivo. La exposición definitiva de Domínguez, al parecer, no llegará nunca. Mientras tanto habrá que conformarse con los fragmentos.