3.0 Opinion

Analía

Thread, de Andrew Magill.

Pasó la vida haciendo encajes, bordando telas, tejiendo, diseñando vestidos y prendas. Su madre se dedicaba a la profesión desde antaño; ella creció entre cachemires, linos, aidas, bayaderas, sedas, brocados… No fue difícil que amara la profesión. Creció a la vera del calor que solo las madres saben proveer; en sus rodillas aprendió a hilvanar su primera aguja, a dar las primeras puntadas. Recibió mimos y lecciones, lo suficiente como para despertar una pasión inusitada por coser. Entre las habilidades que desarrolló había una especial: un perfecto sentido del tacto. No hacía falta mirar los materiales para reconocerlos; las yemas de los dedos viajaban por encima del tejido, reconociendo las texturas, los matices de cada uno. Había nacido para eso y, aunque fueron tiempos felices, también hubo tiempo para que la vida le diera puntadas y cortes, algunos en las manos, otros en el corazón.

Thread, de Andrew Magill.

Thread, de Andrew Magill.



Pasó la vida haciendo encajes, bordando telas, tejiendo, diseñando vestidos y prendas. Su madre se dedicaba a la profesión desde antaño; ella creció entre cachemires, linos, aidas, bayaderas, sedas, brocados… No fue difícil que amara la profesión. Creció a la vera del calor que solo las madres saben proveer; en sus rodillas aprendió a hilvanar su primera aguja, a dar las primeras puntadas. Recibió mimos y lecciones, lo suficiente como para despertar una pasión inusitada por coser. Entre las habilidades que desarrolló había una especial: un perfecto sentido del tacto. No hacía falta mirar los materiales para reconocerlos; las yemas de los dedos viajaban por encima del tejido, reconociendo las texturas, los matices de cada uno. Había nacido para eso y, aunque fueron tiempos felices, también hubo tiempo para que la vida le diera puntadas y cortes, algunos en las manos, otros en el corazón.

Cosía para vivir, pero también para soñar, porque detrás de cada hilada se escondía un sueño. En la paciencia que iba perfeccionando se gestaron las virtudes del que sabe esperar. No importaba si había que emplear un mes, dos o todo un año. Cada proceso era importante, desde el patrón a la prueba final. Saber aguardar el tiempo suficiente era esencial para que el fruto madurase, tomara forma y adquiriese todas sus propiedades. Eso lo sabía muy bien y así se lo explicaba a cada cliente en cada petición. Muchos se sentían interrogados; no entendían que aquella mujer de ojos vivos les hiciera tantas preguntas para confeccionar una prenda; no alcanzaban a comprender que ella necesitaba nutrirse de historias con las que llenar cada una de las piezas. Eran las historias precisamente las que daban sentido a los callos en sus manos, a la progresiva falta de visión que después de tanto tiempo ya se iba notando. Por eso cada encargo era único, cada creación exclusiva, cada existencia una motivación para sobrevivir.

No se casó y tampoco tuvo hijos. Se enamoró profundamente pero él tuvo otros intereses. Ella no lo sacó de su error. Prefirió seguir amando en silencio, detrás de las bobinas de hilo, de los retales y de la vieja máquina de coser. Solo así venció una vida yerma. Buscó su propia catarsis. Cuando le encargaban un vestido de novia, insertaba alguno de los pequeños cristales que formaban las incrustaciones del suyo propio, ese que guardaba con tanto celo en el armario, ese que olía a guardado, a otra época, a lo que pudo ser y nunca fue. Era la manera que tenía de compartir la felicidad de quien se casaba, era una forma de emprender una historia que jamás existió.

Sus ochenta y largos no anuncian retirada. Al menos su corazón la continúa empujando escaleras arriba. Ni el frío de esta mañana invierno, ni la artritis en sus manos deformes, le han impedido levantarse rumbo a la buhardilla. Anda liada con el canesú de una antigua blusa que es la única pertenencia que una hija conserva de su madre. Está motivada porque le parece sacado de un cuento. Mientras la repara con sumo cuidado, imagina a estas mujeres como una sola, venciendo el tiempo y el espacio, volviendo a lucir una belleza imposible… Y así continúa cosiendo, algo cansada, sí, pero sonriendo, con la duda de si llegará al próximo año, o de si será este el encargo que no logre terminar.

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