
Corresponsal en Siria, cubriendo en zona de guerra. / WIKIPEDIA
Raad Azaoui, James Foley o Lucas Somers. Son solo algunos de los cientos de periodistas asesinados o encarcelados en el mundo por cometer la vileza de informar en una sociedad donde la libertad se convierte en un pecado castigado con la muerte.
Las cifras para el horror hablan por sí solas: 66 periodistas asesinados durante el año 2014 y 119 profesionales secuestrados. Estos son los datos aportados en el balance anual de Reporteros Sin Fronteras (RSF) y, aunque pudiera parecerlo, no son invenciones de directores de cine gore. Es la dura realidad a la que se enfrentan miles de periodistas en zonas de conflicto, para que muchos de nosotros podamos tuitear, subir a redes sociales o ver esas noticias desde el cómodo sillón mientras pensamos: “Hay que tener cojones para estar ahí; ese tío tiene que estar como una cabra”. Pues sí, probablemente hay que estar un poco loco.
Los números son como el jamón al pan, indispensable. Dos tercios de los 66 periodistas fallecieron en zonas de guerra, como Siria, los territorios palestinos, el este de Ucrania, Irak y Libia. Pero no solo en estas tierras manchadas de sangre. Se suman al caos República Centroafricana, Egipto, Afganistán y Filipinas. En América, Honduras y México gritan por los caídos de la libertad. De las zonas calientes, es decir, las más peligrosas en el mundo, predominan los territorios controlados por el Estado Islámico.
Tal y como recoge el informe de RSF, los periodistas son personalmente fichados, perseguidos, secuestrados y asesinados. Este clima de terror ha engendrado el fenómeno de hoyos negros de la información, como sucede en Mosul (noroeste de Bagdad), donde la mayoría huyó de la ciudad por miedo a represalias.
En la provincia siria de Deir Ezzor, el grupo armado impuso 11 reglas a los periodistas, en particular la de jurar lealtad al califa Abu Bakr al-Baghdadi. Tremendo, pero la atrocidad no cesa. Atención: 1.846 informadores agredidos o amenazados; repito, por ejercer su profesión en un siglo más propio de la Edad Media que de la era de la globalización.
Por ejemplo, en Venezuela, el 62% de las agresiones a corresponsales durante las protestas masivas fueron cometidas por la Guardia Nacional Bolivariana. En Turquía, a un año de las manifestaciones en el parque Gezi, los actos violentos cometidos por policías quedaron impunes. La cifra de las agresiones registradas en Ucrania se explica por los actos de violencia de la policía contra periodistas que cubrían los acontecimientos en la plaza Maidán en enero y febrero de 2014. Insisto, son datos cotejados por una fuente sumamente fiable, utilizada a lo largo de la exposición.
Por último, el exilio también aparece como modelo de práctica común. Más concretamente, frente al caos y las amenazas de muerte, 43 libios y 37 sirios optaron por el exilio en 2014. La represión que padece toda la prensa privada en Etiopía empujó a 31 periodistas a dejar el país. Frente al riesgo de ser arrestados por las autoridades de un país que se ha convertido en la mayor prisión del continente europeo para los periodistas, seis profesionales de la información de Azerbaiyán hicieron lo mismo en estos últimos meses. Seis de ellos recibieron ayuda de Reporteros sin Fronteras.
Sin ir más lejos, muchos países europeos ejercen represiones engañosas y disfrazadas de libertad a muchos medios de comunicación, es decir, un ataque en toda regla a los ciudadanos. La ley Mordaza en España, las ruedas de prensa sin preguntas, portadas de revistas secuestradas o preguntas pactadas, son el pan de cada día en un país que critica lo que ocurre fuera sin mirar lo que pasa dentro. Como dijo el magnífico poeta chileno Pablo Neruda, “podrán cortar todas las flores, pero no podrán detener la primavera”.