The Imitation Game. Reino Unido (2014). 114 minutos. Director: Morten Tyldum; guión: Graham Moore, basado en el libro de Andrew Hodges; reparto: Benedict Cumberbatch, Keira Knightley, Mark Strong, Charles Dance, Matthew Goode, Matthew Beard, Allen Leech, Tuppence Middleton, Rory Kinnear.
Me gusta mucho The Imitation Game. Me parece una estupenda película de cine, con una cara y maravillosa ambientación, y está muy bien filmada. Pero, sobre todo, me gusta ese actor tan alto de llamativos ojos verdes que encarna a un magnífico y muy actual Sherlock Holmes en la serie homónima de la BBC junto a un portentoso Martin Freeman, de la que ahora comienza a rodarse su cuarta temporada. Lo reconozco: me encanta Benedict Cumberbatch, y creo que es un excelente actor y que su trabajo encarnando a ese hombre tan atormentado que debió ser el genio matemático Alan Turing es de los de quitarse el sombrero. En series como Parade’s End (BBC y HBO, 2012), este soberbio actor inglés ya apuntaba maneras… ¡Qué pedazo de miniserie!
Pero es que aún me chifla más Mark Strong, que en The Imitation Game está soberbio en su papel del jefe de espías del MI6, Stewart Menzies. Las casualidades raras veces ocurren. Cumberbatch y Strong, dos actores como la copa de un pino…; qué digo, como las copas de dos pinos…, coincidieron ya en 2011 en la brutal El Topo (Tinker, Taylor, Soldier, Spy), de Tomas Alfredsson, donde ambos realizaban un papel de los mal llamados secundarios. Cumberbatch, como Peter Guillam, la mano derecha del portentoso Gary Oldman, y muy especialmente Strong en la piel del atribulado espía Jim Prideaux, ofrecían una lección profesional de interpretación de esas que se ven solo muy de cuando en cuando en la gran pantalla. Y sí, lo admito, fue en El Topo y en su papel de Jim Prideaux cuando me enamoré de Mark Strong, al que personalmente considero uno de los mejores actores de su generación. Les pido que perdonen mis debilidades personales, pero, si no me creen, les animo a ver ambas películas y a fijarse en el trabajo que realiza Strong… Tras verlas reconozcan que es difícil no estar de acuerdo con mi afirmación.
Porque no nos engañemos, The Imitation Game es una película de actores. Los dos que he singularizado, por supuesto. Pero resulta que también está en la película el gran Charles Dance, más tieso y británico que nunca… ¡Madre mía!, otro actorazo que nos viene dando alegrías desde que encarnara a Guy Perron en la mítica La Joya de la Corona (The Jewel in the Crown, Granada TV, 1984). Parece que Dance haya saltado de la mansión de Gosford Park (Robert Altman, 2001), donde daba vida al estólido Raymond, lord Stockbridge, al edificio principal de Bletchley Park en esta película, donde encarna a un envarado y muy inglés oficial de la Royal Navy que es el jefe de Turing y su pandilla de pitagorines. Figuran también en los créditos Keira Knightley, Matthew Goode (otro apolo…) y Allen Leech. Por estar, figura en el reparto otro nombre que en el futuro dará mucho que hablar, el de Rory Kinnear, un actor forjado, como todos los grandes británicos, en las tablas, en un pequeño pero fundamental papel. Lo recordamos por su brillante trabajo como el primer ministro experto en asuntos porcinos de El Himno Nacional, el capítulo inicial de la primera temporada de la magnífica Black Mirror (Channel Four, 2011).
Pero les ruego, queridos lectores, que, si han llegado hasta aquí, recuerden por favor el nombre de Alex Lawther. Se trata del nombre y el apellido por el que atiende el joven y prodigioso actor que hace el papel del Turing joven que estudia en el prestigioso Sherborne School. Un trabajo perfecto y de auténticas campanillas. Es una maravilla poder disfrutar de un desempeño actoral tan inmaculado. Lawther consigue la excelencia: transmitir un mundo de sentimientos sin apenas decir palabra. Lo dicho: un auténtico prodigio.
Creo haber explicado las razones por las que me ha gustado tanto The Imitation Game.