Anoche, la hermana de mi amiga Carlota habló de su próximo examen de conducir. Asistió a cuarenta y siete lecciones y su familia pagó más de 1.000 euros. Yo no lo podía creer. ¿Esa es la cantidad de tiempo y dinero que se requiere para recibir una licencia aquí? “Al menos las carreteras deben ser seguras”, pensé.
Cuando tenía 15 años, tomé clases de seguridad del conductor. En los Estados Unidos, la edad legal para conducir es de 16 años. Asistí a las tres semanas de clase para un total de 60 horas. Después de pasar el examen escrito, me trasladé a la clase de conducción. Conduje seis veces con un instructor. Pocos días después de mi cumpleaños número 16, hice la prueba. Después de 20 minutos en el coche, sin causar un accidente o que al coche se le encendiera la una luz roja, pasé.
Recuerdo mis primeros meses con una licencia. Quería impresionar a mis amigos. Me gustaría conducir mi coche por la autopista a 160 kilómetros por hora con nueve pasajeros. Afortunadamente, nunca causé un accidente y soy un mejor conductor ahora. Mi experiencia de conducción temprana no es única en Wisconsin. Todos los días, leo sucesos terribles. Algunos adolescentes conducían por la noche y se estrellaron. Tres personas murieron. Una mala decisión y sus vidas se han ido.
En Tenerife, me he enterado de que la gente no puede conducir hasta los 18. Los estudiantes pasan mucho más tiempo practicando antes de recibir su licencia. Son mayores y más responsable. Las estadísticas lo demuestran. Una encuesta de 2013 de la Organización Mundial de la Salud informa del número de muertes en carretera por cada 100.000 vehículos de motor. España tiene la sexta tasa más baja, 5,2 muertes por cada 100.000 vehículos. Estados Unidos ocupa el número 30con 13,6. Los accidentes son casi tres veces más probables en mi país. Para ponerlo en perspectiva, la tasa de la República Centroafricana es 13.473 por 100.000. ¡Mejor no conducir allí!
Conseguir mi licencia fue un hito importante para mi vida. Antes de que pudiera conducir, monté mi bicicleta por todas partes. Una vez, sorprendía mis padres y monté durante más de 100 millas, hasta la casa de mis abuelos. A mis padres no les gustó nada esa sorpresa. Cuando era niño, le decía a la gente que yo nunca conduciría. Me gustaba correr o andar en bicicleta por todas partes. Eso cambió en la escuela secundaria. Poder conducir se convirtió en una expresión de libertad. Aunque valoro la libertad, me pregunto qué podemos hacer para mejorar la seguridad pública. Tal vez, los Estados Unidos deberían mirar a España.
*Ben Bartenstein, natural de Wisconsin, escribe para Canarias3puntocero como becario de Periodismo de Macalester College (St. Paul, Minnesota) en su ruta hacia Marruecos, donde residirá también como periodista