Tras estas semanas de revuelo, de tensiones, cabezas altas y reuniones sin sentido, llega la calma de un sábado que sabe más que nunca. Ansiada tranquilidad después del alboroto, de tener que mantener la dignidad a flote mientras todo se iba desmoronando. Hoy es el día en el que tomo aire, respiro hondo y siento cómo el peso se descarga de mis hombros. Parecía que no iba a llegar nunca pero llegó, y menos mal, porque esto ya se hacía muy cuesta arriba; demasiadas emociones a flor de piel, hay miradas que traspasan, salir por aquella puerta no fue nada fácil.
Ahora solo queda el hueco para ver las cosas con perspectiva, de lo que debió ser y no fue, de lo que pasó y no tenía que haber pasado, de la desconfianza instalada y de tantas otras cosas que le rondan a cualquiera en esos instantes. Nada satisface. La frustración de la pérdida hace que la mente se nuble y no vea más allá. Es normal. El castigo, aún sin sentido, tiene esa cualidad de quebrar la voluntad del castigado. La herida se abre, es inevitable, y se perfectamente que continuará supurando durante un tiempo. Hay vínculos que son para toda la vida.
Aunque las revoluciones han ido bajando, el corazón todavía palpita ansioso. Han sido muy intensas las experiencias vividas; todavía no me creo que hayan pasado los años de esta manera. Y dudo… Porque pienso que igual el error está en mí, en mi forma de ver la vida, en cómo entiendo las cosas. No será la primera vez que me dicen que soy radical, pero yo lo veo tan evidente que me cuesta ser de otra manera. Luego no callo, que ya podría mantener la lengua quietecita, como decían en mi casa, que en boca cerrada no entran moscas, pero no, las situaciones me pueden, lo que no se dice no se sabe y hay injusticias que no deben permanecer ocultas. También sé que no debí frecuentar aquellos ambientes, quizás, pero necesitaba aire fresco, las otras opciones eran demasiado tóxicas, nunca conviví bien con aparentar lo que no se es, no sirvo para eso. Tal vez por eso mismo, por ser quien soy se cerraron tantas puertas a mi espalda; hay quien no soporta según qué verdades, menos en esta sociedad del bienqueda, que todo es sumisión y podredumbre.
El lunes no sonará el despertador, no habrá cola en la TF-5, no tendré que buscar aparcamiento en Santa Cruz… Sentiré el alivio que da la mañana junto a la incertidumbre del futuro vacío. El café sabrá diferente sin la algarabía y echaré de menos tantas cosas… Ay amiga, qué grande eres, ten seguro que recordaré que me dijiste que era de lo mejorcito que habitaba por allí, y que te respondí que mira dónde fui a parar, claro, que no esperaba eso de que “los mejores acaban donde no está el mal”.