
Estadio Heliodoro Rodríguez López, en Santa Cruz de Tenerife. / WIKIPEDIA
Dimitir. No es el delantero ruso fichado por el Club Deportivo Tenerife. Es lo que debió hacer el entrenador del representativo blanquiazul, Álvaro Cervera, hace semanas, y que hace unos días se confirmó con la decisión del club de prescindir de sus servicios. Ha sido un hombre que, conocedor de las alegrías y decepciones del deporte rey, consiguió ascender a un equipo sin motivación y con notables carencias técnicas, hace ya algo más de dos años. Pero un sentimiento convertido en equipo de fútbol, en empresa que factura importantes cantidades de dinero, no puede permitirse predicar la apatía y asomarse sin mucho margen de mejora al abismo de los puestos de descenso, lugar que ahora ocupa con total merecimiento. De las rentas y éxitos solo viven los conformistas.
La historia marca la presión así como el hartazgo del respetable, de miles de ciudadanos que practican la ingeniería financiera para sacar un abono o entradas para ir a un estadio que dio tantas alegrías. Nosotros las dimos en color; otros, como la Unión Deportiva Las Palmas, vivieron sus victorias en blanco y negro. Entrando en materia, los pecados capitales de Cervera abocaron al equipo a un conformismo pedagógico, al resultadismo y al tedio de una escuadra que no sabe a qué juega. Pero la culpa no es solo del míster, es de una directiva que parece gestionar una tienda de ultramarinos en lugar de una entidad con tanta solera en el mapa deportivo nacional. Lo peor es que no parece que existan alternativas fiables para comandar una nave difícil de enderezar. Sin embargo, nos aferramos al plano deportivo y a la posibilidad de un cambio de entrenador que traiga alegría para endulzar el amargo paladar de los sufridos seguidores blanquiazules. Ya se baraja un candidato fiable: Juan Ramón López Muñiz [el martes por la tarde el club confirmó el fichaje como entrenador de Raúl Agné].
La otra visión es también comprensible: no hay capital y las deudas marcan el camino de la austeridad. Pero tenemos que creer, como creímos cuando nadie daba credibilidad a proyectos arriesgados que colonizaron Europa con un equipo sin nombres. Aquellos de un tal Valdano, Pizzi o Felipe Miñambres.
Las intrigas palaciegas y las diferencias entre cuerpo técnico y dirección no han generado un ambiente propicio para un trabajo con responsabilidad y adecuado a los parámetros lógicos que rigen las demás entidades deportivas. El CD Tenerife no es una finca propia de terratenientes, es una parcela propiedad de Paco (40 años, profesor de matemáticas), María (22 años, ama de casa), Pedro (84 años, antiguo trabajador de la refinería), Román (30 años, periodista), Matías (50 años, mecánico)…
Teniendo claro este aspecto, se antoja esencial priorizar en una gestión transparente y nítida, sin las riñas que han llevado al equipo a un ambiente convulso. Lo repito, la afición del Tete se conforma con muy poco. Aquí, con tres partidos, el público lleva al equipo en volandas, llenando el Heliodoro.
A veces, en ejercicios imposibles de realizar, clamo a la fuerza de Rommel Fernández, al trabajo de Toño o la calidad de Redondo para solucionar partidos, pero, al instante, me doy cuenta de que es un error, que no estamos en los noventa y tampoco se pueden rememorar constantemente tiempos pretéritos. Por eso, entre todos y con estos mimbres, debemos elaborar la cesta, una, que permita mantener al equipo en esta categoría y construir así un proyecto fuerte a corto plazo con el pilar fundamental de la cantera. Estamos a tiempo, es un deber conseguirlo.