No cuento nada nuevo si digo que la película La teoría del todo narra los primeros años del científico británico Stephen Hawking tras saber que tiene una enfermedad degenerativa (esclerosis), debido a lo que le dieron, en principio, dos años de vida. Ocurrió mientras cursaba el doctorado.
A esto se puede añadir que la película se basa en las memorias de su primera esposa, Jane Wilde, que se casó con él conociendo su enfermedad y con quien convivió hasta 1990, año en que decidieron separarse. ¿Que por qué aclaro esto? Pues porque La teoría del todo es una historia de amor; una historia de amor clara y maravillosa sobre lo que una mujer puede llegar a dejar, abandonar, perder… por el amor de su vida y sobre lo feliz que, aun habiendo sacrificado tanto, puede llegar a ser por estar con esa persona. Suena cursi, pero es lo que yo vi durante las dos horas de película.
Es una historia de amor en toda regla, con un punto diferenciador respecto a las películas a que estamos acostumbrados: el protagonista, que es un hombre con una mente privilegiada pero con una enfermedad que lo deja postrado en una silla de ruedas, en plena juventud y de la que nunca más se podrá levantar. Se trata de una historia que cuenta cómo afronta él la triste noticia, su familia, y cómo ella, Jane, no tira la toalla en ningún momento y se consagra ciegamente a su marido, un hombre, un científico único en el mundo.
Todo esto se explica con mucha sutileza, encanto, sin mucho pastel y sin escenas demasiado desagradables sobre lo duro y demoledor que tuvo que haber sido una vida en esas circunstancias. Y esto lo consigue el director británico James Marsh, que ya ganó un Oscar en 2009 al mejor documental largo por Man on the wire, que narra la proeza hecha por el funambulista francés Philippe Petit. Éste, en 1974, logró de manera ilegal caminar sobre un alambre tendido entre las torres gemelas de Nueva York. Recomiendo que vean esta cinta.
De los actores, qué decir. Que los dos protagonistas hacen grandes actuaciones en interpretaciones bien distintas. Eddie Reymayne (Los miserables, Una semana con Marilyn o la serie televisiva Los pilares de la Tierra) logra hacer suyo un personaje tan difícil como el de Stephen Hawking. Su evolución, su paso por la atrofia de manos, pies, gestos de cara… hasta quedar reducido en una silla de ruedas son maravillosos, desgarradores, seguramente de Oscar (sobre todo si tenemos en cuenta lo que gusta a los académicos galardonar a actores que tienen algún tipo de tara física o mental…).
Pero para mí, lo mejor de la película es ella: Felicity Jones (La mujer invisible, Hysteria, Como locos), porque es todo lo contrario. Lo único que en ella cambia es el corte de pelo y el maquillaje para hacerla envejecer. De resto, solo con su presencia, su mirada, su gesto casi inapreciable, consigue transmitir al espectador todos sus sentimientos, que, como decía antes, pasan por la felicidad, el dolor, la impotencia, el pánico, la extenuación y un sinfín de emociones que tiene la persona casada con el protagonista.
El resto de actores realiza buenos trabajos, sobre todo David Thewlis, profesor del protagonista que además participará en la última película del director español Alejandro Amenábar, Regresión, junto a Ethan Hawke y Emma Whatson.