El reloj ruidoso de la pared de la cocina siempre ha sido un tremendo coñazo de aparato, para lo bueno y para lo malo, y esta vez seguía siéndolo porque lo único que el malvado reflejaba en su esfera repleta de flores chillonas era la ya larga espera que yo acumulaba por el informal de Machín, aunque, tengo que decirlo, yo no estaba cruzado de brazos, sino con vaso de plástico y hielo y todo bien colmado de ron canarión y cola…; seguro que el mamón de Machín iba a avisar con timbre sin soltar el dedo, y luego prisas y más prisas hasta llegar, siempre tarde y pese a tanto puto estrés, al lugar en el que él había quedado con su primera amiga, sí, su primera amiga, la inicial de una larga lista de doncellas pendientes de ese golfo…; y yo, claro, en alerta ante su siguiente aviso, y copa va y copa viene, y baile de pachanga de por medio, y él liga que te liga, amiga aquí, amiga allá, y yo de mandado: “¡Oye, chacho!, que otra…, que parece que te duermes…”; y así toda la maldita noche hasta el momento de llegar a casa, que, pese a no tener que coger taxi ni tranvía ni guagua, sino patas y a caminar, siempre lo elegía él, todo él, y ya estaba hasta las mismísimas pelotas, hasta los mismísimos huevetes…; pero qué se podía hacer si el plan es el plan y el plan siempre lo pone el líder musculoso de gimnasio de barrio y ligón de toda la vida al que he tenido la mala suerte de convertir en mi mejor amigo para las duras y para las maduras: para funerales, para cumpleaños, para botellones y para la madre que lo parió…; que era justo esta madrugada de martes, tras la salida del lunes de carnaval, lo que estaba mentando, lo que andaba maldiciendo, pese a estar muy pero que muy borracho, que así me notaba cuando, por arte casi de magia, que para eso iba vestido de prestidigitador, decidí, solito, sin él ni una de sus tantas chicas, tirar pa casa dando la jornada por finiquitada y ya solo a expensas de que esta vez el ascensor sí funcionara, para no tener que subir largas escaleras ni someterme al riesgo de una buena pota en un descansillo cualquiera, que ya sé que esto está muy mal visto…; y así tiré y tuve la mala suerte de caer en el ascensor con la que me gusta del quinto, ella también de vuelta y disfrazada de novia, y luego la buena suerte de que se declarase allí dentro para entonces iniciar mi gran madrugada de martes.