Gracias por ser parte de lo que más amo,
gracias por entender mis enfados,
gracias por demostrarme que se puede,
gracias por la simpleza con que ves las cosas,
gracias por no reprocharme nada,
gracias por tomar lo poco que te doy,
gracias por estar en mi vida.
Tanto para el que las da como para el que las recibe, las gracias aportan la dosis necesaria de comunicación positiva y fomentan la satisfacción. Porque, cuando damos las gracias, demostramos que sabemos valorar el esfuerzo del otro, su dedicación a nosotros, y es un refuerzo positivo a un comportamiento que queremos que siempre se repita. Y no hacen falta grandes demostraciones: sabemos valorar los agradecimientos simples y sinceros sobre esos pequeños detalles del día a día.
Si sabemos esto, ¿por qué no lo hacemos más a menudo? Porque lo cierto es que hay razones todos los días y en más ocasiones de las que podríamos pensar. Pero, curiosamente, parece que tenemos un sesgo hacia el lado negativo. Aunque pueda haber más de cien ocasiones para agradecer la forma en que nos han atendido o la diligencia a la hora de tramitarnos un formulario, no lo hacemos. Pensamos que, el que lo hace, está haciendo su trabajo, lo que es cierto, sin duda. Pero la manera en que lo hace puede depender mucho de la respuesta que obtenga de nosotros.
Por esto la propuesta que les hago hoy es sencilla. Demos las gracias a aquellas personas que nos sacan una sonrisa, que consiguen que nuestra experiencia en el supermercado, los almacenes o las oficinas a los que acudimos sea muy satisfactoria.
Y cuéntenoslo aquí, en los comentarios de esta entrada: dónde ha sido, por qué te ha hecho sentir bien. Compártelo con nosotros. ¿Te animas?
Leocadio Martín Borges Psicólogo
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