El mundo necesita personas comprometidas. Y yo un poeta al que ver escribir versos. Prometo que no quiero que sean para mí. Me bastaría con observar cómo se fragua la vida y la pasión a través de la tinta. Me conformaría con poder formar parte de un instante en que la vida es arte; o quizás me sería suficiente con mirar, desde la distancia del silencio.
El mundo necesita personas magnánimas. Grandes espíritus; valientes ante las definitivas. Y yo, las ramas de mil árboles para recomponer esta escena: este camino de promesas que salen de todas partes y van a ningún sitio. Risas como ríos; frases como flores; magia en las ventanas.
El mundo necesita que los parlamentos se reconviertan, que los políticos pierdan su tiempo, en cualquier menester y en cualquier lugar. Que lean poesía de la que rasga el alma, que sientan. Políticos que olviden y, sobre todo, que perdonen.
El mundo necesita telares: historias que se hilvanen regando lo bonito, que abriguen la luz de los “relocos” y apaguen el mecanismo de los recuerdos.
El mundo necesita miles de años o segundos para ser. Y yo mientras voy dando tumbos, precisamente en ese mundo, en busca de alguien que me diga que ya no hace falta nada más; que aún estamos a tiempo y que si no es así, qué más dará.
Qué más dará que yo apague y me vaya, si tú te quedas.
Qué más dará respirar si no estás vivo… Aunque a mí todavía me importa.
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