Existen infinidad de motivos para que a uno le dé un soponcio: el recibo de la luz, la cuenta de súper, el precio de un billete de avión para viajar a la Península, las promesas de conseguir miles de puestos de trabajo si tal o cual candidato gana las elecciones, o el precio de las zapatillas deportivas que quiere el enano de la casa “para jugar al fútbol como Pedrito”.
Lo que uno no se espera es que un niño que no ha cumplido la decena de años le espete a la cara, así por las buenas, la pregunta del millón: ¿a quién vas a votar, papi? Le deja a uno sin resuello durante varios segundos, buscando desesperadamente una salida airosa a la cuestión de marras, y mientras intentas salir del paso, el único argumento disponible es aplazar la respuesta con un “me lo estoy pensando y luego te lo digo”; bueno- pienso- no se lo digo ni de coña porque lo irá contando a sus amiguitos del colegio y como siempre ocurre en este país, te etiquetan de por vida.
A ver cómo le explico al enano que hay tantas opciones que producen mareos: el Partido Popular de “si ganamos vamos a bajar los impuestos”; al PSOE de: “ no hay crisis, sino una desaceleración de la economía”; la CC de “ en Canarias vamos a salir los primeros de la crisis”, y suma y sigue. Caben opciones como los chicos de Podemos que van a hacer la revolución si el FMI, Bruselas, el Banco de España, la patronal y el sursum corda, que decía un ilustrado colega, les dejan… o en caso de desesperación, liarse la manta a la cabeza y confiar en ese multipartido denominado Unidos por Gran Canaria, que asemeja a una oferta de saldos…. En fin, eso en las autonómicas, porque para las municipales la cosa se amplía hasta el infinito (y más allá) con la cantidad de partidos, grupos, convergencias electorales, asociaciones y demás, en cada uno de los municipios de Archipiélago y donde los expulsados de las listas habituales de los partidos montan un partido ad hoc para entrar como sea en el reparto de una silla que les garantice un sueldo durante los próximos cuatro años.
A mí lo que me hubiera gustado es mantener algunas costumbre inglesas, como contaba en su crónicas el corresponsal de La Vanguardia en Londres durante los años 40, Felipe Fernández Armesto (Augusto Assía) y que acaban de ser recopiladas por la editorial Libros del Asteroide bajo el título: Cuando yunque, yunque. Cuando martillo, martillo. Más que unas crónicas bélicas, son una descripción de los usos y costumbres inglesas: “Con las amistades que no se remontan a más de veinte años o veinticinco años, un inglés prefiera hablar de pájaros, de viajes, de geografía o de ciencia. Cosas, que al revés que la política unen, crean simpatía entre los interlocutores y van cimentando una mutua comprensión. Allá a los treinta años de conocerse y jugar al golf juntos, ya pueden preguntarse tímidamente: ¿A quién vota usted?”
El caso es que como no soy amigo del enano, sino su padre, ha optado por lo más fácil: comprarle las botas de Pedrito.Dentro de 30 años le diré a quién voté.
