Sombras es la nueva exposición de Amparo Sard en la galería Artizar.
Kumar Kishinchand López
Ficha técnica
Título: Sombras
Autores: Amparo Sard
Espacio: Artizar Galería de Arte
C/San Agustín, 63 La Laguna
Horario: L-V de 10.30 a 13.30h y de 17 a 20.30h
S de 11 a 14h
Duración: hasta el 21 de marzo.
Web: artizar.es

Sin título. Amparo Sard. 2015. / ARTIZAR
A pesar de que la corporeidad femenina no está tan presente dentro de esta muestra de Amparo Sard en Artizar, se hace inevitable pensar en la cita de Judith Butler que Fernando Castro Flórez sitúa en el catálogo de la exposición Impasse de Casal Solleric: la destrucción del cuerpo configura al sujeto.
La vida líquida de nuestro tiempo rehúye la propia capacidad de destrucción. A pesar de contemplar con gozo las grandes demoliciones de obras arquitectónicas, la ruina ya no tiene el carácter que antaño poseía en tanto poesía e introspección. El sujeto queda condenado a ser agujereado en un papel, como hace Sard, y a someterse a las fuerzas de lo monocromo cuando las penurias que acechan al individuo/a posmoderno/a solo tienen el color de la desidia y del hastío, de una destrucción no mentada pero de acontecer constante e imparable.
Las figuras humanas de la internacional artista mallorquina permanecen en Sombras, agazapadas, vivas pero muertas, en palabras de la propia Sard. Esta noción hace hincapié en lo siniestro a la par que parte de una hibridación grotesca. Estos sujetos-títeres de papel perforado se representan en posturas inverosímiles y esquematizadas, tratando de ser poseídos por un torrente natural que ya no parece el camino de salvación sino más bien una amenaza, quizá por el desacostumbramiento progresivo a la forma vegetal. El verdadero problema acontece cuando incluso esta naturaleza se ve amenazada por sí misma. En diversos paisajes de Sard aparece cercenada, mancillada y amenazada con ser envuelta en un torrente de negro y denso petróleo que, del mismo modo, recuerda las formas de una enredadera de carácter apocalíptico. Lo natural aparece entonces construido por el propio ser humano en torno a andamiajes primitivos, sustentado por una cimentación frágil que no se aguanta ni a sí misma. El referente último se diluye en dos colores. Las figuras humanas son rocas en un desierto de un blanco impertérrito. Una nada que se proyecta hacia un horizonte inexistente.
No resultan sensaciones agradables pero tampoco la realidad confiere ninguna noción de agrado. Más allá de los debates de género que han caracterizado varios espectros de la obra de Sard. Sombras se hunde en una naditud ambigua. No se pretende encerrar al espectador en un cubo del que no pueda salir. La alternativa existe. Pero precisamente esta es una estrategia mucho más antigua que nuestro capitalismo de ficción: crear la posibilidad de una escapatoria cuando esta no es más que un agujero de eterno retorno. Manejar estas incesantes punzadas al individuo, ser capaz de percibir las diferencias entre una puerta que permite salir y otra que hace volver es tarea titánica. La obra de Amparo Sard plantea un dilema de proporciones épicas.