Hay preguntas que nunca me supe responder. Supongo que no las hice del modo que debía. También sé que me di algunas respuestas inútiles y falsas. Que me mentí a mí mismo con el objetivo de creer en algo.
Creer en algo implicaba mudarme de nuevo. El propósito principal sería no desvelarle jamás la nueva dirección. Me mudaría de casa, de cuerpo, de vida: me mudaría de sí… como lo hacen algunos reptiles, privilegiados, que a su paso van dejando la papel en la carrera; privilegiados que renacen impertérritos una y otra –y otra- vez.
Ignoro cuáles fueron las razones del naufragio y sin embargo ahora estoy vagando a la deriva; ya no tengo preguntas, ya no tengo respuestas. Me ahogué con mi propia tinta y desconozco si algún acto o alguna palabra tuvieron el sentido necesario para seguir viviendo.
Por necesidad, me mudaría en las palabras para volverme voz -aprendiendo a prenderme de nuevo- y semilla. Me mudaría de privilegios para caminar con el vientecito del arte en el costado; con las plumas del amor en las plantas de manos y pies; con el sol nuevo de cada día en las bombillas de los ojos; con la delicadeza de la tormenta que empieza con el amor y la piel erizada.
Me gustaría poder lanzar todos mis miedos por la ventana y mirarles de un décimo piso con la sonrisa de quien sabe que acaba de renacer; una resurrección que solo implica quedarse en la tierra un poquito más de tiempo, el suficiente para asegurarse de que nada es lo que parece. Todos mienten. Yo el primero.
Me mudaría de espejos, resonándole a la vida en el reflejo de tus labios rojos, reencarnados, vivos.
Sobre todo, vivos.
Sobre todas las cosas, V.
Vivérrima-mente;
Valiente-mente;
Voraz-mente.