“La generosidad no necesita salario; se paga por sí misma”
Hippolite de Livry
La generosidad en sí es algo que nos hace felices. Así lo señalan todos los manuales de psicología positiva. Tener la oportunidad de contribuir al bienestar de otra persona -o de muchas- es algo maravilloso. Es una de las mejores experiencias que podemos tener, se los aseguro.
Pero este acto puede tener sus esquinas. Que vienen definidas, principalmente, en la actitud mental que tenemos al llevarlo a cabo o proponerlo. El mero hecho de ofrecer algo a cambio de -supuestamente- nada, tiene sus trucos. Porque, qué duda cabe, cuando lo hacemos, conscientemente o no, esperamos algo. Puede ser un reconocimiento, una sonrisa, o cualquier otra cosa. Pero algo.
Y de ahí viene el problema. El ofrecimiento no puede estar condicionado a nada. Al menos el que hacemos de forma desinteresada. Es, en sí, un acto con su principio y su final. No necesita que la otra persona o personas lo acepten o lo celebren. Es algo propio que hemos decidido personalmente. Lo que venga después no forma parte de él aunque, indudablemente, puede condicionarlo en el futuro.
Pero cuando somos generosos, quizás, nuestro principal enemigo es nuestro propio ego, que espera la celebración de nuestro acto. Y no es así.
Nos ha ocurrido a todos y nos seguirá ocurriendo. Ofertamos nuestra ayuda, conocimiento, trabajo… a cambio de nada pero… seguimos esperando que si exista ese algo.
Es una lección a aprender. Porque lo cierto es que cuando tomamos la decisión de darnos para algo, es esa misma decisión, nuestra más grande recompensa. Si no es así, no pasa nada. Pero no es un ofrecimiento. Es, en todo caso, un intercambio. Medien o no monedas en él.
Leocadio Martín Borges Psicólogo
www.leocadiomartin.com @LeocadioMartin fb.com/LeocadioMartinCambiate