De Afganistán a Tenerife, la historia de Ghulam y su compañero

Esta es la historia de Ghulam y su amigo, dos jóvenes de Afganistán, a los que la vida les ha traído hasta Tenerife. Son dos historias hermanas aunque no son parientes. El amigo de Ghulam me ha pedido no citar su nombre ni aparecer en fotos pues prefiere olvidar el pasado y mirar al futuro.
Allí de donde vienen la vida no vale nada y las suyas correrían mucho riesgo. Estos hombres de 27 años de edad proceden de Afganistán y escuchándoles hablar les puedo decir que se expresan con la sabiduría de personas adultas tras una larga vida recorrida. Es lo que ocurre cuando acumulas mucha experiencia en un periodo corto de tiempo. A ellos no les quedó más remedio que madurar para salir adelante. Les pido que me acompañen en este relato que les adelanto no será dramático pero sí interesante.
Estos hombres naturales de Afganistán se han abierto paso en la vida a través de una guerra que comenzó hace más de treinta años y que desde el 2001 cuenta con participación internacional. Yo no voy a relatar con detalle un conflicto agravado con los años pues creo que no soy la persona más indicada. La realidad es que como en todas las guerras, la población civil es la más perjudicada.
Aun así nuestro protagonista ha tenido suerte y mucha. Hijo de una familia media propietaria de una pequeña tienda de alimentación, se crió en Kabul, la capital del país. La ciudad estuvo durante muchos años libre de la guerra aunque no de las bombas protagonistas de sanguinarios atentados. Para ponerles un poco en situación les diré que está al noroeste del país y que cuenta con algo más de tres millones de habitantes. El país es extraordinariamente montañoso y la capital está casi a dos mil metros sobre el nivel del mar.
Ghulam evitó su entrada en el ejército porque, según me explica, allí no hay un servicio obligatorio, ‘allí la participación militar es voluntaria’. Así que decidió estudiar una carrera y pensó que lo mejor para poder labrarse un futuro lejos de aquel lugar era estudiar idiomas. La misma idea tuvo su amigo y actual compañero de aventuras al que conoció mientras cursaban Filología Española en la Universidad Pública de Kabul.
Así es que aquí los tenemos a los dos, en el año 2007, estudiando español con notables resultados, mientras las cosas en su país iban a peor. A pesar de todo esto y de los muertos contándose por millares cada día, pronto se abriría una ventana para ellos. En el año 2010 el ejército español instaló allí una base militar y requirió a la universidad los servicios de personas que conocieran el castellano y que sirvieran como intérpretes y traductores. De este modo es como Ghulam y su compañero aceptaron su primer trabajo. Me cuenta que estaba muy ilusionado, era una oportunidad única para ganarse bien la vida y llevar dinero a casa. Sus padres iban cumpliendo años y cualquier ingreso era importante.
No hay muchas personas que puedan hacer esta tarea de comunicación entre el persa y el español, así que se trasladaron a vivir a la propia base donde tenían contratos por tres o seis meses. Así estuvieron uno tres y el otro cuatro años. Hacían de todo: traducían textos, trabajaban con interpretación oral… La tarea de las Fuerzas Armadas Españolas era la de formar al ejército afgano para poder valerse por sí mismos tras la programada salida del territorio de las fuerzas internacionales. Me cuenta Ghulam que poder ayudar a los suyos le llenaba de satisfacción pero que, sin embargo, le ponía en un grave riesgo ante los fanáticos pues los consideran unos traidores espías.
La vida en la base era buena y le fueron cogiendo el punto a la comida española, menos especiada que la local, pero igualmente buena. Ahora le encanta la paella y las barbacoas. Eran personal civil asesor en una base militar española. Explica que, en general, recibieron muy buen trato aunque, como en casi todos los colectivos, había alguna unidad más seca que otra.
También tuvieron que desempeñar labores de traducción en el frente, en lugares de conflicto y con más riesgo y en ese momento iban permanentemente custodiados por militares que vigilaban por su seguridad. ‘Nuestro mayor temor era que los vehículos de transporte pudieran pisar una mina´.
Explica que gran parte de la dificultad que tenía su trabajo era traducir términos militares técnicos para poder hacérselos entender a los ´futuros militares afganos.
También existían diferencias culturales muy evidentes. Los españoles al inicio no entendían que las respuestas de los afganos fuesen tan breves. Pensaban que había un problema de comunicación: ‘Los afganos somos más escuetos hablando, somos más directos, damos menos rodeos’.
Ghulam y su compañero terminaron su contrato con en el ejército en 2013. ‘Nos dejaron tirados y durante el siguiente año y gracias a la embajada de España logramos salir del país con un visado de refugiados políticos’. De haberse quedado allí no habrían tardado en tener graves problemas. Obtuvieron un visado y un billete de avión en un vuelo civil fletado por el ejército.
Así es como llegaron en 2014 a Madrid, donde durante dos semanas estuvieron tramitando papeles. Posteriormente los trasladaron a un centro de acogida de refugiados en Sevilla. Allí estuvieron uno ocho y el otro diez meses. Fueron meses duros, pues el régimen del centro era muy estricto y con muchas normas. Recibían cama, comida y 50 euros al mes para gastos personales. Ese periodo le sirvió para hacer un curso de gestión administrativa.
En cuanto obtuvieron el permiso de trabajo se pusieron a buscarse la vida. Uno encontró en Murcia una empresa de pastelería que le dio trabajo y la misma empresa, pero en Málaga, le ofreció trabajo al otro. Es una empresa que comercializa delicias turcas en diversas provincias. Así fue como hace tres meses esta empresa los envió a Tenerife donde ahora trabajan en un puesto de deliciosos dulces árabes.
Me cuenta Ghulam que son felices. El puesto marcha bien y los canarios les tratan bien. Uno accedió a contar su historia, el otro prefiere no recordar y ambos añoran a sus familias a las que no ven desde hace dos años. Su condición de refugiados políticos les impide regresar a Afganistán, aunque envían dinero y mantienen contacto por internet y teléfono. ‘Es duro’, explica.
Este joven afgano quiere aprovechar la oportunidad de contar al mundo que su país está sufriendo por la guerra y que hay otras naciones ayudando a los terroristas vendiéndoles armas. Nos piden que nos interesemos por conocer cómo está Afganistán. ‘Cada día mueren muchas personas mientras la gente de fuera tan solo conoce de esta guerra por unos pocos segundos en la televisión’.
No es la primera vez que me cruzo con afganos que hablan español. Durante la elaboración del reportaje sobre la crisis de refugiados sirios y afganos en Grecia, encontré a varios. Ese trabajo audiovisual lleva por título “Lesbos, la puerta de Europa”.
Mi experiencia con las personas de este lugar siempre ha sido magnífica. Dan la impresión de tener gran seguridad en sí mismos y de ser literalmente unos supervivientes. Así que ya lo saben, me permito recomendarles unas estupendas delicias turcas. Son una de las mejores reposterías del mundo y, si además las despachan unos jóvenes con esta historia, les estaremos echando una mano a labrarse un futuro entre nosotros.
Gracias por el tiempo que amablemente me han dedicado. Nos vemos, por aquí o por allí… mi siguiente parada es Pakistán, pero sobre eso ya les escribiré próximamente. Si les ha gustado compartan, que compartir es vivir.