Una calabaza que amansa a las fieras

Por Carlos Fuentes
Hay conciertos que se retratan en dos momentos.
Recordaba Vincent Ségal dos horas antes de actuar en Santa Cruz de Tenerife que aprendió a situar la isla en el mapa cuando supo de un concierto del director de orquesta Carlos Kleiber. “Y aquí estuvo Kleiber”, dice con una sonrisa de niño grande. Aquello, la visita del enfant terrible de la clásica, ocurrió en enero de 1999 y merece capítulo aparte. El chelista de Reims se tuvo que conformar con un par de vinilos pescados en El Toscal.
Mucho antes, y este es el segundo momento, el chelista francés escuchó por primera vez la música africana. Corrían vertiginosos los años ochenta. “En Francia en aquella época era imposible no encontrarse con las músicas de África, en concierto, en la radio y en los bares”, recuerda, “mucha gente empezó a atender a esas músicas y yo fui uno de ellos”.
Las músicas clásicas y las músicas de África son los dos universos sonoros que se citan cada noche que el maliense Ballaké Sissoko y el chelista francés Vincent Ségal se suben a un escenario. En Tenerife el concierto se adelantó a última hora del viernes, pero fue tal el recogimiento y el respeto que causaron los músicos que nadie se atrevió a perturbar el rato con cómo te fue la semana, qué vas a hacer mañana. Hasta Whatsapp debió esperar.
Con luces tenues, espeso silencio y aromas de salón antiguo, la presentación algo tardía de Chamber music ante el público canario (se cuenta pero no se cree, pero era la primera vez que actuaban en las islas) resultó todo un bálsamo. No es sorprendente. Siempre resulta conmovedor ver cómo alguien a tu lado escucha sonar por primera vez la kora. Esa gran calabaza que parece llevar dentro un centenar de músicos, mil y una orquestas. El manatial de veintiuna cuerdas en el que beben muchas de las tradiciones orales de los países del oeste de África. Allí donde las costumbres, y el oficio de tocar, pasan de padres a hijos.
Ballaké Sissoko & Vincent Ségal
En la conversación musical que Ballaké Sissoko y Vincent Ségal mantienen cada noche priman los sonidos crepusculares. Como cuando cae el sol en los atardeceres de Bamako en los que fue creado el repetorio de Chamber music. Inoxidables se antojan las piezas llegadas desde el acervo mandinga, donde el trabajo del djeli Ballaké Sissoko actúa como notario del paso del tiempo. A su lado, el chelo sereno de Vincent Ségal se ajusta a una conversación que parece haber sido escrita a la luz de las velas. Allí donde algunos ven la raíz del blues, o del forró que sonó en un rescate del amigo brasileño Nana Vasconcelos.
Más ágiles y atléticos son los tiempos que corren y las nuevas generaciones de africanos ya no atienden tanto a la memoria y las tradiciones. Varios Sissoko han hecho fama como futbolistas internacionales y Ballaké, el griot tranquilo que lleva 34 años tocando la kora, les ha dedicado una canción. Con esa pieza festiva, una excepción que confirma la regla, culminó la primera visita del proyecto Chamber music a Tenerife.
Al final los discos se vendían como pan caliente, ahora es de esperar que no tarden mucho en volver.