El resurgir de la mímica

Por Aránzazu del Castillo
El mimo, ese arte teatral basado en el amenazante valor y fuerza del silencio, ha sufrido desde su surgimiento numerosos altibajos a lo largo de la historia. Se fundó en la Grecia Antigua, experimentó una época dorada durante la expansión del Imperio Romano y acabó menguando su presencia gradualmente al degenerar sus temáticas principales.
Tras una temporada de latencia durante la Edad Media, el mimo resurgió con potencia y espíritu renovado a principios del siglo XIX con Jean Gaspar Deburau (1796-1846). Este famoso mimo de origen checo, volvió implantar la pantomima como manifestación escénica muda. Comenzó a trabajar en París, en Boulevard du Crime en el Théâtre des Funambules. En 1819 se estrenó como mimo interpretando el papel de Pierrot, un personaje que lo catapultaría al éxito y que se convertiría en una especie de padrino para todos los Pierrots del arte y del teatro simbólico y modernista.
Con la llegada del cine sonoro, la pantomima volvió a sufrir un pequeño revés. A pesar de todo, algunos actores, como Danny Kaye (1911-1987) y Jacques Tati (1907-1982), ambos provenientes del mundo del Cabaret y del Music Hall, mantuvieron un pronunciado estilo pantomímico en su interpretación.
Pero sin duda, la aportación más importante al arte del mimo durante el siglo XX la encontramos en Étienne Decroux (1898-1991). Muchos lo consideran el mimo por excelencia de esta nueva etapa y uno de los mejores maestros de interpretación pantomímica y del arte de la interpretación en general. Este artista de origen parisino trató de separar el teatro del mimo creando el mimo corporal dramático, cuyo objetivo era introducir el drama dentro del cuerpo, representando lo invisible -emociones, tendencias, dudas y pensamientos- a través de los movimientos físicos del cuerpo. De su escuela salieron algunos de los mimos más famosos en la actualidad como Jean-Louis Barrault (1910-1994) y Marcel Marceau (1923-2007), los cuales se distanciaron ligeramente de los objetivos más puristas de su maestro.
Si hay algo que diferencia la pantomima antigua del mimo moderno ese es su carácter interactivo y lúdico. En un principio, se circunscribía a un arte mudo en el que la acción era acompañada de gestos que daban énfasis al lenguaje hablado. En la actualidad, en cambio, podría considerarse más como un juego silencioso. Mediante la acción y los gestos, que tratan de representar realidades materiales -lo que se conoce como mimo objetivo- y/o estados de ánimo y actitudes -mimo subjetivo-, se invita al público a participar más activamente en la escena representada. Esta interacción es mucho más directa y brutal que la que se produce en el cine y en el teatro. De alguna manera, el mimo invita en mayor medida a preguntarse sobre la simbología con la que el artista trata de explicar una historia.
Hoy en día el mimo sigue siendo una práctica extendida, aunque no siempre conserva sus rasgos más característicos. En ocasiones, los mimos se ayudan de la música para dar mayor expresividad a sus relatos mudos, olvidando que lo que hace verdaderamente especial este arte -y por tanto, justifica la existencia de este como formulación independiente- es precisamente… su silencio.