Burkina Faso se libera del yugo de Monsanto

Burkina Faso, el pequeño país de África Occidental, encerrado, sin salida al mar, es el principal productor de algodón de todo el continente; esto no impide que sea uno de los más pobres del mundo (ocupa el puesto 185, de 189, en el Índice de desarrollo de Naciones Unidas), aunque quedan muy lejos los tiempos de Thomas Sankara, cuando el algodón era llamado oro blanco y representaba el 57% de las exportaciones del país. El presidente invitaba, por aquel entonces, a todos sus conciudadanos a vestir prendas elaboradas con el orgullo del país. A partir de 2009, el oro amarillo tomó el relevo como principal exportación burkinesa. Sin embargo, esto puede cambiar porque este año se ha presentado la ocasión propicia que permite al productores y al gobierno ser optimistas e intentar recuperar la producción aumentándola en la próxima temporada un 20%.
El declive en las cosechas comenzó en 2008, cuando se introdujo en el país una variedad de algodón genéticamente modificado, que concretamente contenía el rasgo Bollgard II, de la multinacional estadounidense Mosanto, que prometía aumentar la producción combatiendo las plagas.
Desde un principio, la Asociación Interprofesional del Algodón de Burkina (AICB) se quejó de que la calidad del producto con el gen de Monsanto era inferior al que tenían anteriormente. Se refería en particular a que la longitud de las fibras, una de las principales medidas de calidad, se redujo haciendo que el precio del producto bajase considerablemente en el mercado mundial.
Finalmente, el año pasado la AICAB decidió demandar a la multinacional y reclamarle una compensación de más de 48.000 millones de francos CFA (unos 73 millones de euros). Al mismo tiempo, resolvió retener las regalías, por valor de alrededor de 15.000 millones de francos CFA, que debía pagar a Monsanto por las cosechas de 2014/15 y 2015/16.
Hace poco se anunciaba que las dos partes han llegado a un acuerdo que pone fin a la colaboración con el gigante estadounidense.
Una vez resuelta la disputa, tanto gobierno como productores ven factible el aumento de un 20% de la producción de algodón para la próxima temporada, siempre y cuando, claro está, las lluvias lleguen a tiempo y se repartan adecuadamente, ya que la economía burkinesa sigue dependiendo enormemente de las condiciones climáticas. Esto se producirá gracias a que los agricultores han decidido plantar las semillas tradicionales, de las que se obtiene un producto de mejor calidad que el que ofrecían las genéticamente modificadas.
Gracias a esta decisión, el precio del algodón para la nueva temporada ha sido fijado en 245 francos CFA (0,37 euros) el kilo, frente a los 235 francos de la cosecha anterior. Mientras, los costes de fertilizantes, insecticidas y semillas permanecen invariables.
La vuelta a la semilla tradicional en la temporada actual (2016/17) ha permitido que se cosechen 683.000 toneladas de algodón, muy por debajo del objetivo de 7000.000 debido a la falta de lluvias. A pesar de ello, es un 17% más alto que la cosecha del año anterior (2015/2016), cuando se utilizó por última vez las semillas genéticamente modificadas.
Monsanto había prometido que su algodón genéticamente modificado ayudaría a luchar contra la pobreza en el país, lo que se ha demostrado estar muy lejos de la realidad. No solo descendió la producción sino que los precios cayeron en picado, lo que llevó a muchos campesinos a endeudarse fuertemente.
La rebelión de los agricultores burkineses contra la multinacional supone, sin duda, una muy buena noticia porque les libera de un compromiso del que solo salía ganando Monsanto y, posiblemente, miembros del gobierno que se llevarían comisiones por imponer las semillas genéticamente modificadas. Esta pequeña revolución ha coincidido con el cambio de régimen político en Burkina Faso tras la expulsión del poder de Blaise Compaoré, en octubre de 2014 y el fortalecimiento de la sociedad civil que este hecho supuso.
Una vez más se demuestra que democracia y desarrollo económico caminan de la mano.