3.0 Opinion

Y Steinbeck volvió a Canarias

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Como si fueran el inmenso John Malkovich y el inocente Gary Sinese interpretando la película De ratones y hombres, basada en la obra de Steinbeck , el actor José María Pou y el director de escena Juan José Afonso ofrecieron hace unos días una charla en Fundación CajaCanarias, donde dieron una lección de vida, de dignidad, de lógica aplastante y de luz sobre la función del teatro en una sociedad como la nuestra.

Juan José Afonso recordó al Bergman de Después del ensayo , obra que Afonso dirige con los actores Emilio Gutiérrez Caba, Carmen Conesa y Rocío Peláez, cuando el director sueco descubrió el teatro.

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El personaje del director en esta obra dice: “Cuando tenía doce años, aquí se representó El sueño. Noche tras noche, yo venía con el músico que tocaba el órgano entre bastidores y me permitían sentarme junto a él, allí, viendo la escena entre la Hija y el Abogado. Así descubrí la magia del teatro. El Abogado, mientras simulaba manipular una horquilla entre sus dedos, decía: “Mira esta horquilla. Doblada, tiene dos partes, pero si la desdoblo y la abro, es solo un objeto, una sola entidad. Pero si vuelvo a doblarla, son dos… sin dejar de ser una. Y si la retuerzo y la rompo, son dos, ¡dos!, distintas e independientes”. En las manos del Abogado no había ninguna horquilla, pero yo la “veía”… Así empezó todo para mi. Acurrucado entre unos focos y un forillo. Allí me atrapó por primera vez la magia del teatro”.

Y José María Pou le confesó haberse emocionado con sus palabras, porque, desconociendo lo que había dicho Bergman, a él le había ocurrido prácticamente lo mismo. Y así comenzó una noche de revelaciones, una inyección de vida.

– José María Pou (JMP): “Soy actor por casualidad. Me descubrieron y hasta hoy. Ahora, con unos años, he descubierto cómo descubrí el teatro. Nací en Mollet del Vallés, entonces con unos veinte mil habitantes y enorme tradición teatral. Los sábados por la tarde, tras la sobremesa, miraba a mi padre y él me cogía de la mano y dejaba que lo acompañara al local del teatro donde montaban escenografías. Entraba a un teatro vacío donde se iban desplegando decorados de tela. Él me decía “siéntate ahí y no molestes a nadie” y ahí estaba yo, solo, un niño de siete años rodeado 800 butacas vacías. Imaginen a aquel niño en la soledad, viendo aquellos hombres clavando tachuelas en las barras, que tiraban de unas cuerdas y se levantaba un palacio, un castillo un lago… Descubrí la magia. Y quise pertenecer a ese mundo para siempre.

Sin embargo, Pou reveló que nunca quiso ser actor, sino periodista.

  • JMP: A los 17 años, luché por ser periodista en la radio. Me pasada el día entero escuchando el parte y otros programas musicales. Pensé que iba a ser periodista y empecé bien la radio. Tuve la suerte inmensa se nacer en una casa de clase media y los dos grandes amantes de la lectura. Vivía rodeado de cientos, diría que miles, de libros. Fíjate que llegué a pensar que todos los niños del mundo tenían cientos de libros y que todos los domingos por la tarde iban al teatro. Hasta que supe que no era así. Cada noche, sin que mis padres lo supieran, cogía de aquella biblioteca una obra al azar y, debajo de las sábanas (con perdón), con una mínima luz me hacía una función entera.Ambos hablaron de la fama: “La gente joven se deja deslumbrar por la fama inmediata de la televisión y no la encuentra en el teatro” y de los niños: “No se cuida a los niños en el teatro”.

 

Fue entonces cuando Pou recordó una ilusionante iniciativa de finales de los setenta:

  • JMP: José María Morera presentó al Ministerio de Cultura un proyecto para crear espectadores. Se formó una compañía profesional de 14 actores para hacer teatro en las escuelas, igual de espectacular que si fuera en un teatro profesional, con actores y actrices jóvenes como Verónica Forqué, Guillermo Marín y me llamaron también a mi. Se llamaba CNINAT, Centro Nacional de Iniciación del Niño y Adolescente en el Teatro. Aquella iniciativa duró tres años y revolucionó las escuelas hasta que un director general de Teatro lo eliminó. Cuando le preguntamos por qué, nos dijo que los resultados de aquello no se verían hasta dentro de unos años “y a mí me interesan los resultados inmediatos”.
  • Juan José Afonso (JJA): Siempre me gusta recordar unas palabras de la compañía La Zaranda, cuando una vez les pregunté qué era el teatro para ellos: (con acento marcadamente andaluz) “que, ¿qué es el teatro?” La interpretación y el teatro es un compromiso con el hambre”.
  • JMP: Ser actor… No quiero que suene petulante, pero me considero privilegiado. Nunca he pasado hambre. Desde que actué por primera vez en 1968, ahora hace casi 50 años, no he estado ni un solo día en paro. Sí, lo reconozco, parece que he nacido con una flor en el culo. Quizás ese privilegio se lo trabajan poco a poco
  • JJA: Tamayo contaba que un día le ofreció trabajo a un actor que lo necesitaba mucho. Pero el espectáculo era un año después y el actor no llegó, murió antes…
  • JMP: Una de las grandes tragedias es que el mejor actor es siempre el más viejo. Si trabaja con pasión con supervivencia de ser humano y de teatro, llega un momento en que cuanto más viejo mejor será. No entiendo el oficio sin pasión. Es un oficio para entregarlo a todo. Ser actor es una manera de entender la vida, un compromiso con la sociedad. Se puede conocer perfectamente a un actor estudiando su repertorio. Me gustaría comentar el compromiso del actor con la sociedad. El hecho de ser actor te obliga a comprometerte. Y se ejerce con las funciones que decides hacer, lo mismo con las películas y la televisión. Yo conscientemente no he elegido los trabajos. Siempre lo hice en función del público. Me pregunto si al día siguiente del estreno podré salir de casa con la cabeza bien alta, satisfecho del producto en el que estoy metido. Si contesto que no, lo rechazo.
  • JJA: ¿Quiénes fueron tus maestros?
  • JMP: Los primeros los encontré trabajando en la radio, porque quería ser periodista. En 1966, los militares me llamaron con la buena/ mala suerte de que me destinaron a la Marina 24 meses. No sé por qué me llevaron a Madrid, que no tiene mar. Imagínate, yo por las calles de Madrid vestido de marinero. Me destinaron a la Secretaría particular del ministro, un trabajo ligero con tardes libres. Por eso me matriculé en la Escuela de Arte Dramático, para seguir mejorando como periodista en asignaturas como dicción y técnica de voz. Allí me encontré con profesores como Manuel Dicenta, el mejor verso clásico de este país. Me sedujo y me dio matrícula. Él me descubrió y mis compañeros.

Una persona del público pregunta a Pou sobre la vocación.

  • JMP: Mi carrera ha sido vocacional. Pero eso se lo fabrica uno mismo, con el trabajo diario. Nada cae del cielo.
  • JJA. Hay una frase genial que dice “este oficio es fácil o imposible”… ¿Qué papel juega el espectador?
  • JMP. Exacto. Si el espectador fuera consciente de lo que influye lo haría más. Los espectadores hacen de verdad que una función sea una maravilla de representación. Depende de la energía que envían los actores. Su actitud es fundamental. Cada función es distinta porque el público es distinto. Es la responsabilidad enorme del espectador, en ese diálogo entre el patio de butacas y la escena. Nunca se repito la misma función. Una representación es un diálogo entre patio de butacas y actores. Cada noche uno de los interlocutores es distinto.
  • JJA: Una vez, le comenté a Alicia Hermida que estaba cansadísimo después de un fin de semana de representaciones en Eíbar y regreso a Madrid. Y ella, con sus 80 años, me dijo “¿muerto de qué?”
  • JMP: El teatro tiene 2.000 años de buena salud, no está amenazado, ni en peligro. Llevo años viendo los teatros llenos. El público está ávido de teatro. El teatro tiene una determinación, porque es consuelo, bálsamo, medicina. ¿Hay acaso milagro más grande que un montón de gente que no se conoce y se junta en un solo espacio a sabiendas de que los van a engañar, comparten dos horas de emociones, todos al mismo tiempo? Este grupo de gente, cuando sale del teatro lo hace confortados y consolados, han vivido una experiencia en grupo, no están solos. Es un milagro impagable…
  • JJA: Hemos de decidido jugar al juego de engañarnos y querer ser engañados. Es el efecto catártico aprender unos de otros.
  • JMP: Una representación es como un bautizo. Los actores lanzamos al público reflexión, preguntas y algunas respuestas. El espectador se las lleva. Y un par de días después recordarán esa función y encontrarán la respuesta a una pregunta que se habían hecho antes.
  • JJA: Dicen que el paso de aficionado a profesional es un paso al abismo. Muy difícil de dar. ¿Cómo lo viviste?
  • JMP: Es una decisión valiente. Pero yo no pasé por eso. Estaba en la escuela pensando en prepararme para ser periodismo y apareció un día Adolfo Marsillach, en 1968, buscando para Mart Sade a cuatro actores jóvenes, altos y corpulentos. Y allí estaba yo. O sea, que se puede decir que empecé siendo un actor “de altura” o, como si fuera Penélope Cruz, empecé en esto por mi físico… Marsillach me contrató y me llevó al teatro. Y desde entonces no he parado. Eso no significa que no sienta con frecuencia vértigo de no tener nada al día siguiente; eso lo sientes, tengas tres años de contrato o la noche del estreno. Por eso, recomiendo mucho los dos libros de memorias de Michael Caine. En uno dice “yo llego a cada rodaje o función y salgo convencido de que me van a despedir al primer día y, cuando vuelvo a casa sin que me hayan despedido, me parece haber conquistado el mundo”.
  • JJA: Desde 2008 estamos en perpetuo estado de incertidumbre…
  • JMP: Bueno, qué quieres que te diga que no sepamos todos… Los actores tenemos la suerte inmensa de ser seres centrados vocacionalmente. Nadie es actor por obligación. Recuerdo a Ortega, que distinguía muy bien entre obligación, oficio y trabajo. En ese contexto, puedo decir que no hay ni un solo actor que hoy en día trabaje…
  • JJA: De vez en cuando me tropiezo con algún político que se refiere despectivamente al teatro o que usa esa palabra para definir algo desagradable que esté ocurriendo. Te pregunto, ¿crees que una poesía puede cambiar el mundo? ¿en qué utopías debemos creer? Una poesía, una obra se Bach puede cambiar más el mundo que mil discursos. El hombre necesita utopías. Recuerdo haber leído sobre un experimento en África, con personas que nunca habían oído a Bach. Y, sin embargo, al ponérselo, conmovió a muchos de ellos.
  • JMP: Un poema cambia el mundo. Es una realidad constatable. Una película, un concierto, un poema, un cuadro abren un camino nuevo…
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