El universo africano de Lucía de Su

Pensé que Lucía de Su tenía rasgos asiáticos, y por alguna razón que me interesaba descubrir cómo llegó a Tenerife y se interesó por África. Pero la realidad superó con creces mis expectativas…
Caminé, de noche, aún en volandas entre los susurros melódicos de Cremilda Medina y el desgarrador ¿rock? de la griot mauritana Noura Mint Symali, en el pasado Festival Boreal. Crucé el pasadizo iluminado que conformaban sus maniquíes blancos vestidos con llamativos diseños africanos, me sonreí creyéndome por unos segundos un estilizado masai, y me encontré, de frente, a una mujer occidental, de piel bronceada, menuda, de aspecto frágil y melena clara delicadamente alisada, que me esperaba sentada, piernas cruzadas, vestida con uno de sus modelos de pasarela. Entonces, Lucía de Su comienza a hablar con su voz suave, baja, casi imperceptible, pero con un discurso contundente, y me deja absorto: “lo mío no es la moda, sino transportarme a las culturas ancestrales de los pueblos africanos”.
La frase se queda ahí, retenida entre mi única neurona y mi cráneo, retumbando en mi cabeza… ¿Hasta qué punto un mundo considerado tradicionalmente frívolo, más atento a los impactos y los likes que al fondo, más interesado en trascender que en conocer va a estar interesado “de verdad” en África?
Es justo cuando esta mujer que yo creía solo una diseñadora que una vez tuvo un golpe de suerte creativo se reinventa para mi con una conferencia casi académica sobre el kanga, ese mágico e influyente trozo de tela que incluye lemas, metáforas, mensajes en swahili con tanto poder que hace temblar incluso al gobierno de Kenya. Y así, por boca de esta historiadora del arte, galerista, investigadora, empiezo a saber más de un tejido con vínculos al pasado y al futuro, de su valor como patrimonio material e inmaterial. “Un tejido”, advierte, “no es un acto mecánico, sino simbólico”. Y así sabemos de sus muchos significados, como “envolver”, “encerrar” y, a la vez, “ave”.
Y con la autoridad que le da haberse asentado en esta comunidad, haber montado un fábrica y promocionado una línea de ropa con estas telas y sus proverbios, reconocida recientemente por la Unesco, habla de la identidad de un pueblo y de los peligros de la estandarización en la que cae el mercado de la moda mundial, “que puede acabar con la identidad propia”.
“La mujer todo lo comunica a través del kanga con proverbios y colores, diseños que establecen un medio de comunicación que entienden casi 80 millones de personas”. Por eso los políticos, para los que es tan determinante el voto de la mujer, le prestan tanta atención al kanga.
A medida que habla, Lucía de Su se me parece más a una griot (transmisora de los conocimientos de la comunidad) que a una diseñadora repentina e interesadamente atraída por el universo África. Me confiesa su pasado como historiadora del arte, galerista en Ibiza, su vida en Roma, su exitosa línea para hombre… “El arte siempre lo he llevado dentro”, hasta que viajó a Kenya, montó una fábrica “que cumplía todos los estándares de derechos del trabajador, donde hasta las mujeres podían cuidar de sus bebés”. Añade que tardó meses de convivencia hasta que le dieran acceso a la llave secreta del kanga (“no quieren que nadie se meta en ese código”) y le permitieran que sus vestidos fueran una especie de piedra de Rosetta, de máquina Enigma, que permitiera al resto del mundo conocer, primero, y entender, después, la lucha de la mujer por la igualdad en un país que sigue siendo más duro cuando naces mujer.
“El uso de este tejido era importantísimo en una Kenya sin libertad; no había hecho moda en mi vida, traje mis ideas a Tenerife Moda, me apoyaron y ahora me lo ha reconocido hasta la Unesco”, asegura no sin cierta modestia. “Todo esto me ha venido sin esperarlo; yo solo quería explicar lo que había detrás del kanga. Para mi, no es tan importante la moda como la cultura de este tejido”.
Lucía de Su tiene su propia imagen del luminoso, brillante, sonriente y efímero mundo de la moda. “Algunos se apropian, roban, el trabajo de mucha gente, sin interesarse lo más mínimo por el mensaje y la cultura que hay detrás de un diseño o un tejido; en un mundo tan globalizado, donde todo es o parece igual, no sé si tienen cabida los conceptos más profundos que he planteado; yo no he ido de caza; me instalé en su comunidad, viví con ellos; tardé mucho tiempo en ganarme su confianza; monté una empresa, generé empleos y bienestar a la comunidad y fue así cómo me aceptaron”.
Como despedida me anuncia que está metida en un proyecto “que me absorbe todo el tiempo” y me deja con un hambre insaciable cuando remata con una sonrisa y mirada luminosa, casi adolescente, con la frase “…y no tiene nada que ver con la moda!”.
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