3.0 Opinion

Vivir en Caracas es un acto de fe

Por Miranda Martínez

Alguna vez en su historia, Caracas fue reconocida como “La sucursal del cielo”. Una ciudad donde se mezcla lo moderno con lo tradicional, montañas con valles y calor con frio.

Pero con los años la capital de Venezuela, que crecía en población y servicios, se quedó estancada entre el chavismo y el olvido (que son casi sinónimos).

Y entonces vivir en Caracas se convierte en un desafío a la paciencia y a la racionalidad en su expresión más básica.

Utilizar el metro de Caracas, que antes fue el ejemplo a seguir, se convierte en un martirio a cualquier hora, por la inseguridad, el exceso de gente, los retrasos en el servicio, la falta de aire acondicionado y las escaleras mecánicas.

Si decide usar transporte superficial deberá seguramente “disfrutar” del vallenato o reguetón a todo volumen, sin derecho a reclamo, o en el peor de los casos ser víctima de un atraco.

Si en cambio prefiere utilizar un taxy, primero deberá consultar con el taxista si él quiere ir a la dirección que usted requiere y negociar la tarifa (los taxímetros no existen), que cada vez es más elevada, producto de la falta de repuestos.

Líbreme Dios de tener que solicitar algún trámite ante un organismo público. Cosas como una cédula de identidad o un pasaporte, son casi un lujo, porque el pasaporte cuesta más que un salario mínimo, para las cédulas no hay material, y si necesita legalizar o apostillar documentos le toca tener mucha paciencia para solicitar la cita o pagar un buen gestor.

Pero digamos que estas son menudencias, digamos que usted requiere comprar cosas como una crema dental, un jabón de baño, o quizás arroz, harina, Misión Imposible! Y si necesita comprar alguna medicina como por ejemplo un antibiótico. Olvídese! La respuesta siempre será: “No tenemos”.

Entonces vivir en una ciudad  donde no hay buenos servicios, no hay comida, no hay productos básicos de higiene, ni mucho menos medicinas,  se convierte en un acto de fe.

Virginia Méndez es secretaria en una escuela pública, no recuerda la última vez que pudo comprar su medicina para la tensión arterial. “Ahora como ajo en ayuno, porque me dijeron que eso servía para regular la tensión, porque no he conseguido las pastillas que me manda el médico”.

Se levanta muy temprano para llevar a sus hijos a la misma escuela donde trabaja. “Menos mal que es una escuela pública, yo no podría pagar un colegio privado, porque todo lo gasto en comida”.

Confesó que nunca había sentido el hambre. Aunque no viene de una familia adinerada sino más bien humilde, Virginia cuenta que siempre con su sueldo había podido costear a su familia.

Pero desde hace 2 años dice que se acuesta con hambre muchas veces porque prefiere darle la poca comida que logra comprar a sus hijos todavía pequeños, “yo compro un kilo de queso y un cartón de huevos cuando cobro, y con eso puedo darles comida hasta que vuelvo a cobrar. Porque comprar un pollo, un kilo de carne, una pasta o un arroz es un lujo”.

No me atreví a preguntarle por las frutas para sus hijos, ni siquiera las nombró en la conversación, mucho menos la recreación, llevarlos a un cine o a un parque. Si alimentar a su familia es un lujo, recrearlos debe ser algo inalcanzable.

Uno sale con el corazón arrugado con los testimonios de una Caracas en sombras, donde la gente intenta sobrevivir en el marco de una economía con rasgos de hiperinflación.

Los grafittis y vallas publicitarias con la imagen de Hugo Chávez lucen decoloradas. “El legado del Comandante” como lo llama Nicolás Maduro, va desapareciendo de paredes y memorias.

“Yo voté siempre por Chávez, y voté por Maduro, pero Maduro fue un error, ha sido torpe y nos tiene pasando hambre. Aunque le eche la culpa a los empresarios, para mi el responsable de todo es él como máximo jefe del Gobierno. No hay control en nada, hay demasiada corrupción, ellos están muy bien y el pueblo pasando hambre”, me dijo Virginia con amarga decepción.

Recorrer Caracas es ver colas y más colas. Cola para la panadería porque tampoco se consigue pan salado. Cola para los cajeros automáticos y bancos porque no hay efectivo. Colas para los supermercados, para comprar comida. Cola para los trámites en cualquier institución pública. Cola para el transporte público que cada vez es menos, porque no hay repuestos de automotores.

En lo que va de año el Gobierno ha aumentado el salario mínimo 4 veces. Sin embargo, la cifra de inflación acumulada hasta octubre es de 536% según la Asamblea Nacional, porque el Banco Central de Venezuela (BCV) tiene 3 años sin dar cifras oficiales de inflación.

El panorama económico no es sencillo. Urgen medidas macroeconómicas que permitan ir superando el desastre financiero de la “Revolución bonita”. Mientras tanto, hay muchas “Virginias” que se acuestan con hambre en la otrora “sucursal del cielo”.

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