Rodríguez Ortoll, el Fénix de hierro

Por Alberto Catalán
Fotos: Joaquín Ponce de León
Tiene 42 años y su historia es de película. El 15 de febrero de 2016 su vida dio un giro radical. Pasó de prepararse para disputar las pruebas atléticas y ciclistas más duras del mundo en el mismo año (algo que sólo ha conseguido una persona en toda la historia de la humanidad) a quedar postrado en una silla de ruedas con el peor pronóstico posible: un centro de pacientes con daños cerebrales con diagnóstico crónico.
Su nombre es José Luis Rodríguez Ortoll, un marino mercante y atleta tinerfeño que estaba preparándose para igualar al mismísimo Josef Ajram, único humano que ha hecho en una misma temporada la Titan Desert, un acontecimiento deportivo de ciclismo de montaña que se disputa en Marruecos y que tiene una semana de duración para culminar los 105 kilómetros de cada etapa, y la Maratón Des Sables, una prueba atlética que consta de 250 kilómetros y que también se disputa en siete días.
Es decir, un auténtico hombre de hierro, cuyo objetivo era seguir disfrutando de sus grandes pasiones: las dunas, el sol, la bicicleta y, en resumidas cuentas, las grandes carreras de montaña del mundo. No era, ni mucho menos, neófito en esta materia. Fue 27º en la Ronda dels Cims, una carrera andorrana de 170 kilómetros y un desnivel positivo de 13.500 metros. ¿Dura, verdad? Él la terminó en menos de 41 horas junto a su amigo Ángel Yuste.
A pocas semanas de que su objetivo echase a rodar, su vida sufrió el revés más duro posible. Se encontraba entrenando en Fuerteventura, lugar en el que llevaba a cabo sus durísimas sesiones preparatorias, donde acostumbraba a hacer, con ocho kilos a la espalda, travesías de 100 kilómetros en bicicleta o 25 corriendo el mismo día.
Durante un entrenamiento ciclista excepcional de 160 kilómetros en el que estaba cruzando la isla de arriba abajo –de Corralejo a Morro Jable- sufrió un grave accidente a tan sólo kilómetro y medio para finalizar. Cayó con la parte derecha de su cabeza y el efecto rebote hizo que las zonas izquierda y frontal de su cráneo quedaran severamente afectadas.
Ortoll, que sufrió un traumatismo cráneo encefálico severo, quedó inconsciente en el suelo hasta que una pareja de turistas lo encontró y alertaron al servicio de urgencias, que se desplazó hasta allí y envió a José Luis al Hospital de Puerto del Rosario.
Se pasó quince días en coma entre Fuerteventura y el Insular de Las Palmas de Gran Canaria. Al volver a abrir los ojos, le trasladaron al Hospital Universitario Nuestra Señora de La Candelaria, donde estuvo hasta principios de junio de 2016. Habían pasado casi cuatro meses desde su accidente fatal y ahora padecía una tremenda amnesia post traumática. Tan fuerte fue que, aún a día de hoy, José Luis sigue sin tener recuerdos entre los cinco meses anteriores y los cinco posteriores al accidente.
El pronóstico era poco esperanzador. Parecía que el destino de Ortoll estaba entre las paredes de un centro para crónicos, donde se encuentra gente desahuciada cuyo futuro está sentenciado. Pero una noche todo cambió. Aún sin poder hablar, miró seriamente a su mujer y le dijo sin equivocarse: “sácame de aquí”. Aquello le llegó a su esposa y tomó la decisión de actuar. Sus amigos Toño y Bécker le llevaron a ver el mar. Y fue allí donde consiguió volver a pronunciar una serie de palabras que hicieron que el futuro cambiase.
Se marcharon al Instituto Guttmann, en Barcelona, donde comenzó a evolucionar favorablemente de sus graves lesiones y donde logró volver a razonar a finales de agosto.
Otro momento clave de su vida tuvo lugar en el piso de Badalona en el que se encontraban viviendo. De repente, le dijo a su mujer: “¿qué hago en una silla de ruedas?”. Y, aunque todo lo que le rodeaba le sonaba porque llevaba habitando allí casi dos meses, empezó a darse cuenta de la situación en la que estaba sumergido. Ortoll comenzó a despertar en todos los sentidos y empezó a trabajar en su recuperación. Consideró su rehabilitación como un trabajo constante de ocho horas al día, donde sólo paraba para comer. Regresó a Tenerife el 26 de noviembre, aún en silla de ruedas.
Aterrizó en la isla en medio de un ensordecedor recibimiento de todos sus amigos y familia, que estuvieron meses sin verle. Aunque aún no era capaz de mantener una conversación fluida, su cara de felicidad lo decía todo. Pero quedaba la parte más dura.
Ortoll tenía que seguir recuperándose porque se negaba a pasarse el resto de su vida sentado en una silla de ruedas. Así que siguió manos a la obra. Según llegó de Barcelona decidió esconder la silla de ruedas y empezó a caminar con muletas. Al poco tiempo, también dio la espalda a estas y se trasladaba de un lugar a otro solo con un bastón… Hasta que volvió a gozar de una fortaleza muscular suficiente como para caminar sin ayuda.
Se desvive en agradecimientos hacia Judith Brito y Yaiza, sus logopedas –que le han hecho, prácticamente, volver a aprender a hablar-, y también a sus médicos deportivos, del gimnasio Global Fit, donde entrena a menudo, a Adrián Gutiérrez, su fisioterapeuta, y a Rayco Suárez, con quien trabaja en la piscina municipal de Güímar. Ellos, asegura, han hecho de él una persona nueva y con más ganas que nunca de cumplir sus objetivos.
Ahora, sólo mira al futuro. Habla perfectamente y, aunque camina con cierta dificultad, todavía le queda un plan específico de entrenamientos por delante que le harán mejorar una barbaridad. ¿Por qué? Porque José Luis quiere parecerse lo máximo posible al que era. Es su obsesión. Y aunque no podrá volver a correr islas enteras de un lado a otro, conseguirá que sus piernas vuelvan a ir a buen ritmo.
Un campeón entre campeones. Su éxito siempre ha ido ligado a un trabajo duro. Ahora, trabaja más que nunca. Sigue siendo un valiente corredor. O, algo todavía mejor: un corredor muy valiente.