Escuela de Bullying

Cuando la gente te daña una y otra vez, piensa sobre ellos como papel de lijar. Pueden arañarte o dañarte un poco, pero al final, tu terminas pulido y ellos terminan siendo inútiles.
Chris Colfer
En un reciente partido de fútbol alevin -edades entre 10 y 11 años-, uno de los equipos marcó al otro ¡47 GOLES!. Esto ocurrió en los setenta minutos que dura un partido de esta categoría. Desde que compartió esta noticia un gran amigo que sabe de fútbol mucho más que yo, he estado sin palabras, compartiendo su indignación y sin saber explicar porque esto me resulta tan terrible.
Hasta ahora.
Esto es el síntoma. Algo que vemos todos los lunes, si observan la prensa deportiva. Partidos de fútbol -y de otros deportes-, de l@s más pequeñ@s, en los que se producen resultados escandalosos. En los cuales solo se esta humillando al adversario porque se puede hacer. En los que el adulto o adultos responsables dejan de serlo y utilizan a sus pupilos para compensar sus carencias afectivas y engordar su ego.
Esto no es competitividad. Es, simple y llanamente, bullying. Del peor. Del que se fomenta en los espacios donde nuestros hijos e hijas van a hacer deporte, a divertirse, a forjar su personalidad. Y, en cambio, los convertimos en matones. Máquinas insensibles que ven con buenos ojos machacar al más débil.
Los valores del deporte quedan totalmente subvertidos en circunstancias como éstas. Por más que nos digan que sería más humillante para el adversario no recibir esta tremenda paliza -como justifican muchos próceres del futbol-, porque sería una falta de respeto por parte del más fuerte. Este argumento no se sostiene. O si lo hace para justificar que el más fuerte está en todo su derecho de aplastar al más débil.
Porque esto es lo que enseña un partido como este. A abusar de quienes tienen menos posibilidades que nosotros, son más débiles o menos afortunados. No es deporte base. Es una escuela de bullying.