Cabo Verde, el valor de la estabilidad

África, el continente de los países más jóvenes, es un verdadero crisol de situaciones y experiencias políticas que no deberían ser desdeñadas. No es fácil pasar de una situación colonial al sistema democrático que, como muy bien sabemos los españoles, cuesta Dios y ayuda consolidar. Varios países africanos lo han conseguido y otros están en ese camino. Entre todos, el ejemplo más sorprendente, y bien podría decirse que admirable, es el de Cabo Verde, que en apenas 43 años ha pasado de ser una “provincia de ultramar” del salazarismo a una República soberana, democrática y de una estabilidad que con frecuencia causa envidia en Europa.
¿Cuál es la clave de este estatus que el medio millón largo de caboverdianos ha conseguido? Pues indudablemente son varias y yo apostaría, en primer lugar, por la seriedad y la laboriosidad que demuestran sus nativos. Soy testigo después de vivir varios años en Lisboa y en otros países del aprecio que se han ganado los emigrantes caboverdianos que se hallan desparramados por medio mundo. Esa seriedad e inteligencia también la han demostrado en sus nueve islas los ciudadanos que han optado por quedarse en su tierra y los políticos que a lo largo de estas décadas han sabido elegir para representarlos.
Cabo Verde tuvo un papel importante en el proceso de independencia de las cinco colonias portuguesas en África. No estuvieron implicados directamente en las guerras pero si lo hicieron muchos de manera individual y sobre todo uniéndose a los independentistas de Guinea Bissau – donde se inició la rebelión — en un partido único, el PAIGCV liderado por Amilcar Cabral, uno de los líderes más brillantes esa etapa tan la difícil y arriesgada de la política africana. Cuando finalmente las dos colonias logran que su soberanía se reconociese oficialmente – el 5 de julio de 1975 – todo parecía anticipar que Cabo Verde y Guinea Bissau evolucionarían hacia la integración en un Estado de corte Federal. Durante varios años ya partido político entonces único, que enmarcaba sus pasos. Fue Guinea Bissau la que intentó imponer las condiciones y el proyecto fracasó.
A partir de ese momento, Guinea Bissau se convirtió en el país de los golpes y contragolpes de Estado mientras Cabo Verde iniciaba las bases de la estabilidad que hoy ha alcanzado considerada, ya digo, modélica. Para ello, en vez de dejarse arrastrar por la dialéctica revolucionaria que servía de doble argumento para lograr la independencia, los caboverdianos optaron por un sistema de libre mercado que ha permitido desarrollar sus escasos recursos naturales y conseguir inversiones extranjeras que han dinamizado la economía fundamentalmente en el sector turístico, que es sin duda el que mayor potencial ofrece. Hoy hay entre las diferentes islas más de doscientos hoteles y algunos de excelente calidad lo cual ha proporcionado mucha creación de empleo y aumenta cada año el número de visitantes.
Claro que para que la inversión extranjera acudiese a unas islas pobres, con pésimas infraestructuras y la incertidumbre sobre su futuro en un continente cada vez más convulso, fue imprescindible que el nuevo Estado se dotase de instituciones fiables y que contase con dirigentes capacitados para ponerlas en marcha y mantener su continuidad. Lejos de intentar romper con la antigua metrópoli recurriendo a iniciativas radicalmente opuestas, siguieron el modelo democrático que también Portugal estaba ensayando: un sistema parlamentario semipresidencialista donde es el primer ministro el que encabeza el Gobierno pero el jefe del Estado, el presidente de la República, asume también algunas competencias administrativas.
Al dúo integrado por Arístides Pereira y Pedro Pires, que fueron los que acometieron aquel reto fueron sucediendo otros compartiendo el Ejecutivo y respetando los otros dos poderes, el Judicial y el Legisativo, unicameral. El pluripartidismo está garantizado y en la Asamblea actualmente, además del partido del Gobierno – el PAICV – tienen representación su tradicional adversario, el MpD, y el más reciente UCCVI. Es evidente que a veces surgen discrepancias en el seno del poder pero siempre se han resuelto por la vía democrática y sin que las Fuerzas Armadas se hayan inmiscuido.
La tradición de líderes políticos que se han venido sucediendo, hasta ahora con José Carlos Fonseca en la Presidencia y Ulisses Correia al frente del Gobierno, y el soporte popular con que siempre han contado no excluye que el país tenga problemas y entre todos, el de su endeble economía lastarada por la deuda. La agricultura dispone de poco terreno cultivable y las sequías crónicas lo hacen menos feraz. El país necesita ayuda extranjera y la que recibe, estimulada con frecuencia por las garantías de estabilidad que su situación ofrece, es empleada con bastantes garantías tanto de honradez como de eficacia, pero resulta insuficiente. Para el turismo, en la práctica su principal riqueza, es junto a su clima privilegiado y a la hospitalidad de sus habitantes el principal atractivo pero incluso más importante es la imagen de estabilidad democrática e institucional que el país muestra.