Travesía por el desierto de Wadi Rum

El desierto de Wadi Rum, que se extiende al sur de Jordania, en las proximidades del Mar Rojo, es un extraordinario paraje natural y protegido. Salpicado por escarpadas montañas de arenisca y granito, ante cuya visión no pude más que mostrar mi sensación de admiración y asombro. Wadi Rum ó Uadi Rum, como se traduciría literalmente del árabe, llegó a ser muy conocido en Occidente, por haber sido escenario de la Rebelión árabe ocurrida entre los años 1916 y 1918, en la que participó de manera muy activa un oficial británico de nombre Thomas Edward Lawrence, más conocido como Lawrence de Arabia.
Como dato curioso, cabe mencionar que en recuerdo y honor a las hazañas y la vinculación de este insigne personaje, con la región de Wadi Rum, entre las formaciones montañosas de este desierto, destaca la que se conoce con el nombre de Los Siete Pilares de la Sabiduría, en referencia al libro escrito por T.E.Lawrence, donde relata sus experiencias bélicas y humanas.
Esta montaña es fácil de localizar, ya que se alza frente al Centro de Visitantes, desde donde parten a diario excursiones en vehículos todo terrenos descubiertos, operados por la cooperativa de beduinos, para visitar los lugares más destacados de la zona. Aunque eso sí, procura aprovisionarte con un buen sombrero o pañuelo, que te proteja de la arena, unas gafas de sol, abundante agua y crema de protección solar, porque aunque los recorridos no se dilatan mucho en horas de travesía, mejor que el calor, la arena y los botes del vehículo, no te cojan desprevenido.
En mi caso, para realizar esta travesía por el desierto jordano, decidí contratar los servicios de la compañía Jordan Experience, que cuenta con expertos conductores muy conocedores de la zona y de las familias beduinas que la habitan. Gracias al conocimiento de la zona de estos, pude admirar y fotografiar parajes de extraordinaria y singular belleza, tales como los puentes de piedra de Burdah y Um Frouth, unos espectaculares arcos formados por la erosión del viento en las amarillentas rocas de Wadi Rum.
Cuando llegábamos a determinados emplazamientos en los que se podía apreciar la inmensidad de este desierto, yo prefería desvincularme del pequeño grupo y deambular por la zona en busca de rincones que fotografiar. También, porque no decirlo, de esa soledad, a veces necesaria e imprescindible para sentir y admirar, la inmensidad de este tipo de paisajes. Sinceramente, siempre he creído que para entender y apreciar la quietud de estos desérticos parajes, hay que pararse para buscar y sentir una correspondencia de ánimo, en el interior de uno mismo.
Aunque al parecer, no era el único que buscaba estos momentos de reflexión y ahí tenía encaramado a un peñasco próximo al que yo había subido al amigo Mohammad, uno de los conductores, que también parecía disfrutar al contemplar de manera solitaria, el magnífico escenario que se extendía ante nuestros ojos, así que aproveché el momento y la ocasión para tomar esta fotografía, en la que se muestra de manera evidente, la pequeñez del hombre ante la grandiosa obra de la naturaleza.
Al caer la tarde, nos dirigimos a una de los improvisados campamentos que los beduinos, tienen distribuidos por diferentes emplazamientos, dentro y fuera de estos espacios protegidos, para descansar y tomar un delicioso té. Todo un rito ancestral de las costumbres hospitalarias que aún pervive entre los pueblos árabes y que bien vale la pena compartir, en compañía de estos auténticos habitantes del desierto.
La experiencia, de recorrer algunas de las más sugerentes zonas del desierto de Wadi Rum, descubriendo luces, formas y sensaciones, deja huella y ganas de volver.