Africa bajo la amenaza yihadista

La amenaza yihadista, que se extiende como el aceite se está convirtiendo en un nuevo obstáculo para la consolidación de la democracia y el desarrollo económico en África. Muchos inversores, y por supuesto muchos gobiernos europeos y asiáticos, son conscientes de que África es el Continente con más oportunidades cara al futuro. Lo explica el creciente interés que despiertan muchos de sus países y no sólo por sus riquezas naturales sino también y de manera muy especial por el potencial humano y profesional que allí existe, y se está preparando activamente, para ponerlas en explotación.
El mapa político de África es amplio y variado pero en líneas generales muestra cómo la democracia va avanzando, la profesionalidad de las administraciones públicas demuestran eficacia, fruto sin duda de la experiencia de varias décadas de independencia, y se afianza la conciencia clara de nacionalidad pero también de la importancia de la buena relación y la colaboración tanto con sus vecinos como con los países de otras latitudes. Una prueba elocuente es que la mayor parte de las guerras regionales se han superado o larvado.
Sigue habiendo problemas, algunos heredados y otros nuevos. Uno de ellos es la emigración en busca de horizontes nuevos y no sólo en el sentido con que preocupa en los países europeos. Muchos de los africanos que aspiran a emigrar son jóvenes formados, con inquietudes y capacidades que son necesarios para dinamizar a sus países de origen. La educación aún dista mucho de ser satisfactoria y en ese terreno es donde las potencias industriales deberían intensificar la ayuda. Pero, aunque sea insatisfactoria, no es menos cierto que ha mejorado y no sólo por el incremento de medios y atención sino por el entusiasmo creciente que despierta aprender.
En este panorama prometedor chirría cada vez más la irrupción del yihadismo como elemento distorsionador de la normalidad, de amenaza para la seguridad y de peligro para las vidas y la convivencia. Hay dos factores que explican el aumento de esta presión: la huida de muchos fanáticos del cerco creciente que les impide moverse en Europa – donde los atentados y las actividades proselitistas han descendido – y la espantada de muchos millares de combatientes islamistas tras las derrotas y práctica desaparición del Califato del Daesh (ISIS) en territorios de Irak y Siria. Los musulmanes moderados son las primeras víctimas.
En Africa, donde ya la caída de Gadafi había propiciado que el yihadismo se expandiese por el Sahel y llegase incluso a ocupar parte de Mali y amenazase a la capital (Bamako) y al Gobierno, se ha ido extendiendo por muchos países. En alguno, como el propio Mali donde es la presencia militar francesa la que lo ha frenado, o Nigeria, donde Boko Haram, se ha convertido en una amenaza muy seria y criminal. El yihadismo ya ha causado bastantes millares de víctimas y la lucha por contenerlo supone unos costes muy elevados para unos Estados que necesitan sus presupuestos para atender otras necesidades primarias.
La expansión del yihadismo ha contado en Africa con un porcentaje de población musulmana receptiva y, aunque mayoritariamente suní — la rama pacífica y estrictamente religiosa del Islán –, las corrientes wahabistas, que vinculan religión y política, van ganando adeptos y en su mayoría entre activistas que aprovechan las creencias de la gente – y a menudo también los estímulos revanchistas — para lograr sus intereses sin regatear métodos. El recurso al terrorismo y a matanzas indiscriminadas crea miedo en las poblaciones e inquietud entre los gobernantes.
Es evidente que la presencia del yihadismo no es igual en todos los países. Todos los países árabes lo sufren, empezando por Marruecos pasando por Argelia y Túnez y acabando en Egipto y Sudán, con Libia en su caos y desgobierno en el epicentro. En el Africa Subsahariana hay zonas de mayor presencia, como la de Somalia – sin duda el país más azotado y prácticamente sin un Estado capaz de plantarle cara –, Tanzania y Kenia, donde se han llevado a cabo los atentados más sangrientos. Pero no son los únicos, otros países con presencia activa de células yihadistas son Mauritania, Chad, Nigeria, Niger, Mali, por supuesto, Burkina Faso, Gabón y un desgraciado largo etcétera.
Al Qaeda y el Estado Islámico compiten y se alternan en sus áreas de influencia. Consiguen apoyos y se ganan simpatías a través de obras de caridad y propaganda que llega a las personas más necesitadas. Cada una de las dos organizaciones madre tiene sus franquicias locales, por llamarles de algún modo, con nombres que aparecen y desaparecen en una ensalada de palabras que cuesta trabajo retener e identificar. Son conocidos los de Boco Haran o la somalí Al Shabbat o Agmi, pero se trata sólo de algunos ejemplos. Los expertos tienen localizadas más de una veintena de organizaciones locales que ya han dado señales de su existencia cometiendo acciones terroristas de diferente naturaleza.