Africa 3.0

Sudáfrica vuelve a la senda de Mandela

 

        Sudáfrica, el principal motor económico que impulsa desde dentro el crecimiento y la modernización de Africa, empieza a salir del frenazo en la evolución social y económica que ha sufrido en los últimos años. La etapa del presidente Jacob Zuma, relevado hace poco más de un mes de tan altas funciones por su propio partido (el CNA), ha sido negativa tanto para el desarrollo que se estaba experimentando como para la imagen exterior del país, siempre enaltecida por el recuerdo de Nestor Mandela y su hábil política de reconciliación.

        Cyril Ramaphosa, el quinto jefe del Estado desde que el apartheid pasó a convertirse en un capítulo de la  historia más repugnante, llega al poder en un momento complicado pero prometedor. Hereda un país rico y con gran futuro, una de las potencias emergentes que han irrumpido con fuerza en el ámbito internacional, pero con tantos retos para afrontar como elementos valiosos se le ofrecen para superarlos. Las materias primas, desde el oro, el platino o los diamantes  como ejemplo, garantizan una base económica de partida sólida. Pero no suficiente.

    Para empezar, Zuma deja detrás una estela de corrupción – ya está encausado –, de escándalos de todo género y de desprestigio de las instituciones muy difícil de olvidar. Gobernó muchos años desde la frivolidad de su ostentosa poligamia, incluidas acusaciones de violación, desde el despilfarro del dinero público en mantener a las esposas que iba repudiando y  hasta su propio enriquecimiento personal descarado. El ejemplo de austeridad, seriedad y firmeza legado por Mandela a sus seguidores, empezaba a deteriorarse ante su imagen entre esperpéntica y denigrante.

    La convivencia entre negros – tres cuartas partes – y blancos no cabría decir que es mala después de todas las afrentas sufridas por la comunidad mayoritaria, pero tampoco ha alcanzado aún niveles satisfactorios de integración. Los blancos no controlan el poder político, pero sí una buena parte del económico y se resisten a que esa brecha, que bien podría describirse todavía como racial,  se supere en todos los ámbitos, empezando por un mejor reparto de la riqueza. El expresidente Thabo Mbeki reconocía recientemente que “no hemos avanzado lo suficiente para crear un país sin racismo”. Los analistas consideran que la liberación política y la igualdad lograda todavía es insuficiente.

    Las medidas para paliar esta situación tropiezan con la resistencia de quienes no se adaptan a la nueva realidad. Sudáfrica necesita desarrollar su potencial agrícola y ganadero entre otras razones para poder alimentar a sus 53 millones de habitantes, muchos de ellos sumidos aún en la pobreza y atender a las grandes posibilidades de exportar productos agrícolas con que cuenta. Pero para poner en marcha proyectos de desarrollo agrícola  es necesaria una reforma del sistema de propiedad de las tierras que actualmente dificulta que familias modestas de campesinos puedan desarrollar la explotación de amplias y feraces extensiones de campo que ahora mismo resulta improductivo.

    El Gobierno ha promovido una fórmula de compraventa de terrenos con precios moderados estimulada por la amenaza de que si no funciona, en una segunda fase se pasará a la expropiación de los latifundios improductivos. Cerca de un millón de blancos, en su mayor parte propietarios de tierras o de otros intereses que ven también amenazados se rebelan y cerca de un millón ya han emigrado a otros continentes. Acabar con la pobreza y el hambre es un objetivo de los gobiernos que se han venido sucediendo lo mismo que el de proporcionar techo a las familias que siguen malviviendo en los antiguos guetos.

    En los 25 años sin apartheid se han construido más de un millón de nuevas viviendas pero dista mucho de ser suficiente para tantas necesidades de techo como existen. Otro problema que aguarda al nuevo Presidente es la corrupción. Existe a todos los niveles de la sociedad y su gravedad se  complementa con la violencia que se extiende por todo el territorio. La cifra, record mundial, de cincuenta mil homicidios al año es bien representativa de esta lacra de criminalidad que amenaza la seguridad de las personas y desestabilizada la convivencia.

    Sudáfrica está entre los países con mayores índices de desigualdad. Se trata sin duda de la herencia de tantos años de dominio blanco, pero afrontarlo será otro de los múltiples retos que el presidente Ramaphosa tendrá que acometer. El desproporcionado reparto de la riqueza y de las fuentes de producción es el exponente de las desigualdades, de la lentitud del crecimiento y de los altos índices de desempleo que existen. La inversión extranjera también se ha ralentizado en los últimos tiempos y es necesaria.

    Necesaria e interesante porque Sudáfrica está entre los países que ofrecen mejores perspectivas a los inversores: cuenta con materias primas, mano de obra, mercado interior creciente y exterior prometedor, y a pesar de los problemas, cuenta con un sistema democrático consolidado y una estabilidad política modélica. Quedó bien patente en febrero cuando la CNA, el partido gobernante, creado por Mandela, llevó a cabo la sustitución del desprestigiado Zuma por su vicepresidente, Cyril Ramaphosa, un político serio y con ideas claras de futuro.

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