Mali frente a la adversidad

Cuando a finales de la década de los años setenta del siglo pasado visité Mali por primera vez, un ambiente enrarecido en las calles de Bamako me anticipó que justamente en aquellos momentos se estaba perpetrando un golpe de Estado. Era el segundo intento frustrado por derrocar al presidente Mousa Traoré. El desconcierto y la tensión en medio de un toque de queda que se prolongó varios días me impidió uno de los sueños de mi etapa de periodista errante por Africa: visitar Tombuctú, conocer a fondo su mítico tesoro arquitectónico y penetrar un poco en su ancestral tradición cultural.
En aquella ocasión apenas pude disfrutar de aquella geografía de contrastes entre bellezas dispares que el país ofrece, desde el desierto en todo su esplendor pasando por la sabana en su exuberancia y terminando por la imagen inolvidable del colorismo de los nativos que brindan su hospitalidad ancestral a los visitantes en las aldeas ribereñas del Níger. Cumpliéndose la creencia de que a la tercera va la vencida, Mussa Traoré, acabó siendo derribado del poder autoritario que ejercía y arrastrado por las calles de la capital por sus enemigos más exaltados.
Pero Mali no consiguió levantar cabeza desde entonces. Los golpes y contragolpes de Estado que se sucedieron respondían tanto a las ambiciones de poder de unos como a la pobreza y falta de perspectivas en que se hallaba sumida la población, a la proclividad a gobernar por la fuerza de los sucesivos presidentes y a la corrupción galopante que inhabilitaba a las instituciones públicas para administrar las escasas riquezas que en medio del caos se generaban. Pero como todo lo que está mal suele ser susceptible de empeorar, la situación todavía se complicó más tras la caída de Gadafi en Libia que regó de armas la zona y facilitó la expansión del yihadismo islamista que en pocos meses se extendió por el Sahara maliense y activó el conflicto independentista de las guerrillas tuaregs.
Las Fuerzas Armadas de Mali no estaban suficientemente preparadas para mantener el control de un país de más un millón doscientos mil kilómetros cuadrados dividido por la geografía en regiones distintas y, en este caso sí, distantes. La conjura de las guerrilas y los yihadistas en el mismo empeño de hacerse con el control, desposeer al país del precario Estado que lo sustentaba y convertir a Mali en un territorio desde el que pudieran materializar, nos la independencia y otros el sueño del Califato en Africa, consiguieron espectaculares éxitos militares en pocas semanas. Proclamaron la secesión de Azawad, impusieron la sharía en los lugares que iban conquistando y llegaron a amenazar con adueñarse de Bamako.
Fue la rápida intervención de tropas movilizadas por Francia lo que consiguió no solamente frenar el avance sino reconquistar una buena parte del desierto cuyo control estaba ya en poder de los rebeldes. Varios países más, africanos y europeos, se sumaron a la iniciativa entre ellos España que inicialmente participó poniendo un avión de transporte que desde Dakar se encargaba de la logística en el movimiento de tropas. Actualmente una misión de expertos, integrada por 292 efectivos, colabora en la formación de las fuerzas de seguridad.
Pero la estabilidad que tan difícilmente se va consiguiente no está exenta de nuevos sobresaltos. En el Sahel siguen activas las guerrillas independentistas de los turegs, ahora entremezcladas y confundidas con grupos de bandoleros bien pertrechados de armas modernas, que amenazan a las poblaciones y siembran el terror. Tanto unos como otros, yihadistas, secesionistas y bandoleros se mueven en un territorio que por su extensión y características poco menos que resulta imposible controlar. Y más cuando cuentan con la complicidad de muchos nativos.
Mali es un país que no por carecer de salida al mar es menos interesante desde el punto de vista estratégico. Tiene fronteras con siete Estados (Argelia, Níger, Mauritania, Senegal, Costa de Marfil, República de Guinea y Burkina Faso), algunos también con problemas de diferente índole y todos ellos preocupados ante el riego que les supondría tener como vecino a un Estado fallido y un centro de actividad terrorista. Algunos países limítrofes o próximos además afrontan la presencia de los miles de refugiados malienses que han buscado allí protección ante la amenaza a que han estado sometidos y se hecho siguen estando.
Francia está asumiendo la parte más importante de la intervención. Las fuerzas multinacionales encargadas de mantener la defensa están haciendo un buen trabajo. Pero la pobreza, una de las más acuciantes del mundo, y el desarrollo de la economía, única forma de erradicarla, requieren una mayor contribución occidental decidida y continuada. Es deplorable que ante situaciones como las que vive Mali el impresentable presidente de los Estados Unidos haya calificado de países de mierda a los que la suerte del desarrollo todavía no les haya acompañado y sí en cambio, la acumulación problemas carencias.