Independentismo contenido

El independentismo, que aquí lleva tanto tiempo trayéndonos de cabeza, no es un problema exclusivo ni de España ni de la Unión Europea donde se contabilizan hasta cincuenta y cuatro organizaciones secesionistas más o menos activas. También en países tan importantes en el contexto internacional, como Canadá, Rusia o los Estados Unidos, existen reivindicaciones y tensiones territoriales propiciadas por colectividades que aprovechan diferencias por intrascendentes que sean para reivindicar sus ansias de poder, sus intereses o simplemente su sentido del aislamiento disgregador.
África no es una excepción. En un continente donde la inmensa mayor parte de los Estados son recientes, los problemas de integración y reajustes territoriales también son frecuentes aunque, por fortuna, algunos han sido superados o están siendo contenidos en muchas casos a través de procesos descentralizadores, de soluciones autonómicas y de concesiones a las diferencias. Hay dos casos, Eitrea y Sudán del Sur, donde las reivindicaciones independentistas han triunfado, aunque no sin dificultadas tanto para consumarlas como para estabilizarse.
Entre los casos que han fracasado, aunque también con importantes pérdidas de vidas, están los de Katanga y Biafra, regiones que proclamaron de forma unilateralmente una independencia de vida breve. El caso de Biafra es paradigmático de la falta de solidaridad con el resto de Nigeria de cuya geografía forma parte. Es la región más rica por sus yacimientos de petróleo y el egoísmo impulsó, e impulsa, a una parte de sus nativos a no compartirla. Los gobiernos y las mayorías ciudadanas rechazan lógicamente estas ambiciones de algunos y los argumentos que utilizan para justificar su propensión a disgregarse.
Ahora mismo el principal problema de esta naturaleza está en el Sahara, territorio que mantiene un Gobierno el exilio contra la administración marroquí, y goza del reconocimiento de varias decenas de países. Quizás el segundo en importancia sea el de Zanzíbar, en Tanzania, resuelto de manera precaria con la concesión de una autonomía amplia, aunque todavía no satisfactoria, para una parte de sus promotores. Otro conflicto activo, aunque no tanto como estuvo en un pasado aún reciente, es el de Darfur, en Sudán, donde la violación de los derechos humanos fue objeto de varias condenas de la ONU.
Actualmente, entre otros están activos, aunque sin provocar violencia o despertar especial inquietud, los movimientos independentistas de Cabinda, el enclave petrolífero del norte de Angola que le ha proporcionado a la antigua colonia portuguesa su prosperidad económica; el de Mombasa, en la costa índica de Kenia, o los que en el Camerún reivindican la secesión de las provincias de habla inglesa, de las que integran el grueso del Estado de lengua francesa. En Mali los Tuaregs, ahora estimulados por el yihadismo, también luchan contra el Gobierno de Bamako desde el Sahel por tener un Estado propio.
Libia y Somalia son dos estados fallidos donde la integridad territorial se halla fragmentada, unas veces por luchas de poder entre líderes políticos, militares o tribales, y en otras por la anarquía que ha acabado por imponerse a las administraciones públicas organizadas. El caso de Somalia, con un régimen teóricamente federal, es sin duda el más elocuente. Hay una Administración transitoria – Gobierno, Parlamento y Justicia — en Mogadiscio, la capital, reconocido internacionalmente, pero continuamente amenazado por la organización yihadista Al Shabad , y en la práctica carente de autoridad, en el resto de sus casi 640 mil kilómetros cuadrados de territorio.
De hecho, el Estado somalí, surgido de la independencia en 1960, apenas conserva el nombre. Una de sus regiones más importantes, Somalilandia, hace años que ejerce de país soberano, aunque no haya sido reconocido por ninguna potencia extranjera. Y a la sombra de su ejemplo, el territorio se ha disgregado en otros pseudo estados como Puntilandia o Gulmudij donde imperan el caos y la corrupción. Somalia por algo encabeza los rankings mundiales de corrupción. Todos los esfuerzos diplomáticos e intervenciones militares, particularmente de los Estados Unidos y Etiopía, resultaron inútiles. El conflicto ya ha costado muchos miles de vidas.