Africa 3.0

Mali reestrena legislatura

La emigración es global

Mali es uno de los países africanos que enfrenta mayores problemas. La irrupción del yihadismo – de Al Qaeda del Magreb Islámico (AQMI) y su escisión, La Unidad de la Yihad den Africa del Oeste (MUYAO) – que estimuló el independentismo tuareg ha sido mortal para su estabilidad política y, por supuesto, para su economía: de ser uno de los países más prósperos de la zona ha pasado a convertirse en uno de muestran unos índices más preocupantes, empezando por el desempleo que ronde el setenta y cinco por ciento.

Estimaciones estadísticas internacionales muestran que la mitad de la población sobrevive por debajo del índice de la pobreza.  En estas circunstancias — que se reflejan en el desánimo de la población, unidas a los frecuentes sobresaltos que causan el terrorismo y la guerrilla, no sorprende el escaso interés despertado por las elecciones presidenciales cuya segunda vuelta se celebró hace poco más de una semana. No había relevo generacional. Aunque en la primera vuelta compitieron 23 candidatos, en la práctica sólo aspiraban los dos tradicionales, el presidente, Ibrahim Boubakar Keita, y el líder de la oposición, Soumaila Gisse.

Keita revalidó el cargo. Su victoria fue clara, 70 por ciento de los votos frente al 30 por ciento de su rival: una diferencia casi abismal que, sin embargo, no fue óbice para que Soumaila, que asegura tener datos del fraude en el recuento, la haya impugnado y sus seguidores promoviesen disturbios en la capital, Bamako, otras ciudades importantes como Gao, Kidal y Tombuctú.  Una victoria por otra parte devaluada por el reducido número de participantes en las votaciones. Apenas la mitad del censo de ocho millones y medio acudió a las urnas, 500.000 menos que en la primera vuelta.

El país, cuya unidad y hasta entidad actual se halla en grave peligro desde hace tiempo, reestrena legislatura bajo el síndrome de la ineficacia y los escasos avances en la solución de tan graves problemas logrados en la que acaba de terminar. Mali tiene una sociedad dividida, amenazada y enfrentada por conflictos variados que sólo con la ayuda militar internacional – tutelada por Francia – mantiene, bien es verdad que sólo precariamente, la paz recobrada tras unas semanas de guerra abierta en 2013.

La diversidad de su amplio territorio, que incluye grandes extensiones de desierto junto a amplias regiones de selva tropical, unida a la diversidad racial de sus habitantes, complica la gobernabilidad. Desde la caída de Gadafi, millares de yihadistas libios, bien pertrechados con las armas modernas que almacenaban los arsenales del dictador, penetraron en el territorio maliense, intoxicaron con sus ideas fundamentalistas y en cuestión de meses los problemas internos no dejaron de agravarse. El Sahel se convirtió, y lo sigue siendo, en un nido de grupos yihadistas e independentistas listos para actuar.

Sólo la contundente intervención de 4.00 soldados franceses, el país que más se preocupa de ayudar a sus excolonias en momentos difíciles, en colaboración con tropas de países vecinos y europeos evitó que las guerrillas tuaregs, impregnadas del fanatismo islamista conquistaran Bamako. España aportó a la logística de la operación un avión de transporte radicado en Dakar (Senegal) y sigue contribuyendo con la ayuda de expertos a la preparación de las fuerzas de seguridad del país.

El triunfo de Ibrahim Boubakar Keita (IBK como le conoce la prensa francesa) preocupa en las cancillerías europeas y despierta pocas esperanzas entre los analistas de la política africana. Carece de carisma para ejercer la influencia necesaria para el ejercicio del poder en medio de tanta confusión y dificultades cómo le esperan. En el quinquenio que termina no ha demostrado ni capacidad suficiente y quizás ni voluntad para enfrentar la corrupción, con frecuencia protagonizada por sus allegados, otro de los problemas que enfrenta la administración pública.

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