Camerún reelige problemas

Los cameruneses han perdido una oportunidad de abrir nuevos horizontes a su vida política. Paul Biya, el octogenario (85) presidente que rige los destinos del país desde hace 36 años ha vuelto a ganar las elecciones celebradas hace un mes y se apresta a enfrentar su octava legislatura en el poder. Experiencia en el cargo no se puede decir que le falte, pero eficacia a la hora de resolver los problemas que el país tiene enquistados ya ha demostrado que no le sobra.
Fue un líder brillante y respetado pero el poder prolongado agota las ideas, frena las iniciativas y cierra las puertas a la renovación y nuevos proyectos. Los veintidós millones largos de habitantes con que cuenta Camerún están actualmente entre los africanos que más necesitan un cambio político. Por el contrario, Biya planteó su continuidad como una garantía de mantenimiento de la precaria estabilidad que se ha alcanzado bajo su mandato. Y muchos cameruneses así lo han entendido.
Necesitará suerte para afrontar los problemas que hereda de sí mismo. Las circunstancias hay que reconocer que no son propicias. La actividad de la guerrilla yihadista de Boco Harám es una amenaza permanente que, a pesar de la resuelta intervención de las Fuerzas Armadas, todavía no ha sido plenamente neutralizada. Aunque está siendo menos agresiva que unos años atrás, continúa expandiendo su fanatismo y atemorizando a la población de las regiones donde tiene su implantación.
Pero quizás el problema más grave es el del independentismo de las regiones anglófonas del oeste de la Ambazonia. El conflicto se extiende por un veinte por ciento del territorio y afecta al veinte por ciento de la población. Actualmente son regiones en estado de guerra. Los militares mantienen un gran despliegue que ya arroja 175 uniformados y 400 guerrilleros muertos, además de generar un éxodo de más de 300.000 personas de sus lugares de residencia. Son las cifras oficiales, aunque la creencia es que se quedan cortas.
El líder, autoproclamado presidente de Ambazonia – el nombre que los independentistas dan a aquellas regiones, Sisiku Ayuk Tabe, huyó hace algún tiempo a Nigeria, pero fue detenido y extraditado en enero. Actualmente está siendo juzgado en Yaundé, en medio de grandes medidas de seguridad, por rebelión armada junto con decena y media de colaboradores. La división del país entre francoparlantes – un ochenta por ciento – y angloparlantes viene siendo fuente de tensiones prácticamente desde la independencia en 1960.
Muchas ciudades y pueblos de la zona de guerra están destrozados y la necesidad de afrontar la reconstrucción tropieza con las dificultades económicas que crea el propio mantenimiento del despliegue militar necesario para enfrentar al terrorismo independentista. La renta per cápita del país apenas rebasa los 3.600 dólares y una buena parte de la población vive en condiciones de pobreza. Las redes de comunicaciones, tan necesarias para el desarrollo y puesta en explotación de algunas riquezas están anticuadas y deterioradas. La propaganda electoral alardea unas mejoras que no se aprecian.
Una de las principales deficiencias de los servicios públicos es la ausencia de energía eléctrica que existe en muchas comarcas. El país goza del respeto de sus vecinos y de los gobiernos europeos, pero las ayudas internacionales no llegan y la inversión se resiste ante las perspectivas dudosas que genera el conflicto entre las dos comunidades lingüísticas. El periódico Le Monde destacaba el escaso entusiasmo que la reelección de Paul Biya despertó el París. El presidente Macron no consta que felicitase a su colega. El trámite diplomático lo cumplió con un frío telegrama el Quai d´Orsay.
El ambiente relativamente pacífico en que se desarrolló la campaña y la jornada electoral, lo mismo que la aceptación del resultado, contradicen un poco cuanto queda apuntado. Los conocedores de la situación lo atribuyen, más que a la satisfacción que les produce la continuidad de Biya, al desánimo que cunde entre una sociedad, tradicionalmente dinámica pero en la actualidad abrumada, por las escasas perspectivas que se vislumbran de que la situación mejore.