Crece el terror yihadista

El asesinato la pasada semana del misionero español Antonio César Fernández en la frontera de Burkina Faso y Togo alerta nuevamente de la imparable expansión del yihadismo por África y de manera especial por la región Atlántica. Muchas personas opinan que su zona de influencia es el Sahel, donde a pasar de la presión francesa continúa controlando amplias zonas de territorio y encuentra un terreno fácil de cultivo para su fanatismo en el desarraigo y dispersión de los habitantes. Pero, como decía, el peligro y la amenaza ahora están en su expansión hacia el sur y especialmente por el Suroeste.
Cuenta de partida con la temible presencia de Boco Haram en Nigeria, sin duda alguna el principal foco terrorista de África, donde ya ha causado alrededor de treinta mil muertos y abierto nuevos frentes, algunos transfronterizos, que a duras penas consiguen controlar las Fuerzas Armadas. En los últimos meses ha reducido su actividad, pero nadie duda que sigue latente: tomándose un respiro en la comisión de atentados, seguramente para rearmarse y recuperarse de los golpes en espera de que las inminentes elecciones nacionales despejen la situación que la campaña electoral mantiene confusa.
Burkina Faso es sin duda donde el yihadismo ha penetrado con más fuerza en los últimos meses. Cuenta en el país con la base de una mayoría musulmana del 60% de la población, frente apenas un veinte por ciento de católicos. El ministro de Asuntos Exteriores, Alpha Barry, expresó la preocupación del Gobierno por la situación y alertó a los demás gobiernos de la Zona Atlántica del peligro que se está generando. La capacidad multiplicadora de los exégetas de las ideas que propician el fanatismo es enorme. Y su movilidad en busca de seguidores, constante.
Apenas hace un año, el yihadismo en África se circunscribía a los países árabes, que con todo son los que lo tienen más controlado, con Mali y la herencia de Gadafi en el Sahel, y la amenaza constante ejercida sobre Kenia por las guerrillas vecinas de AL Shabad, la organización que terminó con el Estado Somalí, el ejemplo más temible que la expansión del yihadismo ofrece. Para Europa, la ampliación de las redes yihadistas, da igual que se trate del llamado Estado Islámico (ISIS) que de Al Qaeda, a la región Atlántica se vuelve más permeable al tratarse de estados pequeños y muy vinculados.
Tampoco hay que olvidar que para Europa, empezando por España, la preocupación que esto genera se agrava como consecuencia de la proximidad social incrementada por la emigración, la intensidad de las relaciones la influencia económica y cultural, especialmente de los países de habla francesa, inglesa o portuguesa. Esta influencia, y de manera especial las bases cristianas de muchos habitantes es el primer objetivo del yihadismo, aunque la experiencia demuestra que tampoco los musulmanes normales, los que no se pliegan a sus obsesiones, están exentos de sufrir las consecuencias de su odio y furia.
La presencia de grupos organizados de las diferentes variantes del yihadismo llega según algunos expertos a más de la mitad de los países africanos. En la región Atlántica donde más se hace notar es en Costa de Marfiil, Benin, Ghana, Gabón, Togo, Camerún, Nigeria y países limítrofes como Burkina Faso, Mali, Chad o Níger. No en todos los países la influencia es igual ni siempre se trata de organizaciones coincidentes en los principios y los métodos. Pero la esencia es la misma.