Jaipur, la ciudad rosa

Jaipur, la capital del estado indio de Rajasthán, también conocida como la Ciudad Rosa, debido al color salmón, que lucen las fachadas de estuco de algunos de sus edificios más emblemáticos, es una bulliciosa ciudad plagada de gentes afables y curiosas, con las que conviví durante algo más de dos semanas. Llegué a Jaipur, procedente de New Delhi cuando ya caía la noche sobre la ciudad, pero observando el frenético ritmo que emanaba desde sus calles, repletos aún de vehículos de todo tipo, gentes, animales y abigarrados bazares de tenue iluminación, parecía que a la ciudad y a sus ciudadanos, no parecía importarle demasiado esta oscura circunstancia horaria.
De pronto, el tráfico de personas y vehículos, se hizo más denso y el coche que me transportaba, casi no podía avanzar entre la multitud y hasta mis oídos llegaban los estridentes sonidos de una banda musical, que abría paso con sus trompetas y tambores a un alegre desfile de bodas, donde un jovencísimo novio a lomos de un engalanado elefante, se dirigía acompañado de improvisados danzarines, en busca de su futura esposa. Acababa de llegar a este increíble país y ya no podía dejar de alucinar.
En los días siguientes, seguiría con mis descubrimientos sobre esta importante urbe cargada de historia, donde coexisten tradición con modernidad, lo primero que llamaba mi atención era el extraordinario caos que se respira en sus calles y avenidas, en las que a todas horas fluye un intenso tráfico, donde vehículos de todo tipo, impulsados por tracción mecánica o humana, motos, tuc-tucs, coches, autobuses, camiones, triciclos o rickshaws y bicicletas, intentan abrirse paso a golpe de claxon, entre peatones y todo tipo de animales, como vacas, elefantes, camellos, caballos, cerdos, monos… en conclusión, todo lo que tenga patas o ruedas y se mueva, lo veras circulando por la ciudad.
Pluralidad religiosa y atascos en Jaipur
Aunque lo más curioso de todo este caos circulatorio, es el hecho de que no se produzcan tantos accidentes, como cabría suponer ante tan alocada manera de conducir por entre las vías de la ciudad, y fue aquí, donde comencé a comprender que eso de adorar a muchos Dioses, como hacen los hindúes, debía tener sus ventajas. Y que con esta pluralidad religiosa, las diferentes deidades, pueden repartirse el trabajo de proteger a sus devotos, una labor difícil de acometer en los países monoteístas. Donde solo contamos con la protección de un único Dios, que sin duda se vería desbordado con esta manera de conducir, y en consecuencia sería difícil de evitar un lógico y elevado nivel de accidentes.

Respetar a las vacas sagradas y decorar con imágenes de dioses sus vehículos, premisas fudamentales de los conductores hindues.
A medida que recorría la ciudad, me iba familiarizando con las costumbres peculiaridades de esta populosa urbe. Los lugareños que me iba encontrando en mis circuitos diarios, también comenzaban a reconocerme y me saludaban, aceptando que yo era un fotógrafo de viajes y no un turista buscador de souvenirs, al que era inútil tratar de convencer para que comprase “algo” y con el que al final acababan hablando de cosas mundanas en torno a un sabroso Chai, mezcla de té con especias y hierbas aromáticas, muy consumido en toda la India. Después de culminar el rito del té, me indicaban como subir a las terrazas de los bazares, para obtener fotografías con una perspectiva diferente o me informaban sobre otras cosas interesantes de la vida en Jaipur, que a mi me fascinaban.
Y es que, a pesar del caos y la miseria evidente que puedes observar por todos lados, la populosa e histórica ciudad de Jaipur, te atrapa sin remisión, y cuando empiezas a familiarizarte con las costumbres y con los entornos, pasas de la estupefacción inicial al deseo de conocer e interactuar con esta magnífica y ancestral ciudad. Fundada en 1728 por el maharajá Sawai Jai Singh, un gobernante muy aficionado a la astronomía, que trasladó su residencia desde la fortificada y próxima ciudadela de Amber, hasta la nueva Ciudad Rosa. Una ciudad que sorprende y cautiva a sus visitantes por su rica arquitectura y el desenfadado carácter de sus moradores.