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Sudáfrica vota continuidad

Sudáfrica

La preocupación que despertaban en algunos ambientes las elecciones celebradas recientemente en Sudáfrica se han resuelto con normalidad. Apenas se registraron incidentes, la participación fue satisfactoria y el resultado no ha ofrecido sorpresas reseñables. El Congreso Nacional Africano, el viejo partido de Nelson Mandela, que durante tantos años tuvo que subsistir en la clandestinidad que imponía el apartheid, volvió a ganar por sexta vez consecutiva y Cyrill Ramaphosa consolida la presidencia que había asumido en medio de los escándalos de su esperpéntico predecesor, Jacob Zuma.

El CNA obtuvo el 56 por ciento de los votos, una mayoría confortable – la Alianza Democrática (AD), el segundo clasificado se quedó en el 22 por ciento – pero con un descenso de seis puntos respecto a las elecciones anteriores. Los analistas opinan que es la memoria de la herencia de Mandela la que mantiene este suelo electoral, más que el balance de la gestión llevada a cabo por sus sucesores, con más sombras que luces. No era fácil gobernar un país tan dividido, pero la realidad es que los problemas se siguen acumulando y la gente se impacienta.

La economía atraviesa una etapa difícil. El paro es elevado, especialmente entre los jóvenes, lo cual incrementa la delincuencia violenta que el Gobierno es incapaz de controlar. La inseguridad crea malestar añadido a las dificultades de una enorme cantidad de familias que sufren carencias económicas básicas cuando no viven en la pobreza extrema. La inversión extranjera, tan necesaria para acelerar el ritmo del desarrollo industrial, lejos de aumentar está prácticamente paralizada. El capital extranjero no confía, como lo demuestra que algunas empresas lejos de incrementar su presencia están abandonando el país.

La convivencia entre negros y blancos ha mejorado. Los recuerdos deplorables de las décadas de discriminación racial se van olvidando, aunque quizás no con la rapidez que sería de desear. Los elevados índices de delincuencia mantienen el miedo, sobre todo entre los blancos.  Subsisten algunas secuelas de aquella larga etapa: una, las diferencias sociales que en buena medida son consecuencia de los diferentes niveles de estatus económico. No hay separación oficial en función del color de la piel, pero si de la capacidad adquisitiva.

El reparto de la tierra, tan necesario para crear puestos de trabajo en la agricultura y la ganadería, está estancado. Los colonos blancos siguen conservando grandes extensiones de terreno y los planes de expropiación llevados a cabo hasta ahora además de generar frecuentes conflictos, se han quedado a medias. La convicción de que la producción aumentará cuando sean más campesinos a cultivar las fincas no se ha confirmado. Tampoco es asumible, como defienden los grandes propietarios, que las explotaciones producen más cuando se gestionan con métodos empresariales.

Los nuevos pequeños propietarios tropiezan con la falta de medios para subsistir y equipamiento moderno para poner a producir las explotaciones. La reforma además tropieza con dificultades para poderla encajar en la Constitución. Uno de los objetivos prioritarios de Ramaphosa en esta legislatura que comienza es llegar a acuerdos con otros partidos en la oposición, particularmente con la AD para emprender una reforma constitucional consensuada y adaptada a los tiempos actuales.

Al margen de los aspectos negativos que ofrece la situación, no más dicho sea de paso que en cualquier otro país, Sudáfrica tiene muchas razones para confiar en su futuro. Veinticinco años después de la liquidación del apartheid, el sistema democrático se ha impuesto. Las instituciones cumplen su función y la libertad existe tanto en los medios de comunicación como en el ejercicio de la política.

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