Andrés Calamaro: canciones de amor en tiempos de ibuprofeno

Andrés Calamaro es ese tipo de artista torrencial que no deja cancha a la indiferencia. Filón creativo inagotable, excesivo y brutal, suma tantas tardes de puerta grande como periodos de comodidad a la sombra del burladero. Dotado y cultivado en el dominio del simple verso libre, el argentino no ha engañado a nadie en una trayectoria de largo recorriendo que va tejiendo entre sus inicios con Los Abuelos de la Nada al instante actual, siempre con canciones de venas abiertas y honestidad bestial.
En el ecuador de su regreso a los escenarios españoles con la gira Cargar la suerte, más que de pasión taurina la noche venía con aires futboleros. A esa hora jugaba Messi y sabiendo de la querencia de Andrés por el juego de la pelota de cuero (“lo más importante entre las cosas menos importantes”, dijo una vez con palabras de su amigo Valdano), el concierto amenazaba retraso. No ocurrió esta vez, pero no hubiera sido la primera. En 2006, en la gira Tinta Roja, mil personas (y este cronista) fueron amablemente invitados a tomarse algo fuera del Palacio de Congresos de Madrid porque el cantante no salía. Y no iba a salir hasta conocer el desenlace del Argentina-México, octavos del Mundial de Alemania. Ganó la celeste y entonces hubo rock.
La noche del último 25 de mayo no hubo mayores sobresaltos. Al descanso Messi, sorpresa, ya perdía 0-2 así que la música no esperó esta vez por el fútbol. Arrancó Andrés Calamaro con sacro recuerdo a su patria argentina, puro himno (“oíd, mortales, el grito sagrado: libertad, libertad, libertad”) por los 209 años de independencia argenta. Pronto tiró de cancionero propio con otro guiño a las tentaciones de la vida tóxica. “Alta Suciedad”, primera pieza grande de aquel año I después de Los Rodríguez, dejó claro que el partido se iba a jugar en el terreno del rock aromatizado de blues. Con un sonido áspero, robusto y espeso, arrancándonos una sonrisa por los amigos Pappo y Billy Bond.
Junto al cantante, la alineación titular de la gira europea Cargar la suerte pivota en cuatro esquinas bien solventes –Germán Wiedemer (teclados), Julián Kanevsky (guitarra), Mariano Domínguez (bajo) y Martín Bruhn (batería)— así que era lógico que no hubiera espacio más que para la música, para las canciones, que hay de sobra, y que para nada se echaran en falta ecos de polémicas nada memorables. Por si fuera poco, los viajes entre islas (la noche anterior había actuado en el Gran Canaria Arena también dentro del festival Mar Abierto) afloraron una suerte de décimas guajiras con sabor canario. Las presentó Andrés como punto cubano y por ahí circulan ya en redes como santo grial del nuevo catecismo insular.
Brillaron sobre el mic episodios imperdibles de la trayectoria de este salmón argentino que nada siempre contracorriente, como la emocionante “Estadio Azteca” o la deslumbrantemente dolorosa “Paloma”. Hubo también un puñado de homenajes con guiños a la vieja escuela: Leonardo Favio, inspiración de la soberbia “Las oportunidades”; Gustavo Cerati y Soda Stereo, con un par de versos de la épica “De música ligera”; y un cover heterodoxo de los Stones (“Miss You”).
Se pidieron desde el respetable (poca gente, eso sí) y no llegaron, varias canciones de antología de las que se escuchan en casa con la liturgia propia de los clásicos. Conste en acta en descarga del artista que el repertorio elegido fue incontestable. Sin apenas altibajos. Y que la nueva propuesta en concierto de Andrés Calamaro brinda un intenso recorrido panorámico por todas sus etapas artísticas, que es lo mismo que decir su vida.