Africa 3.0

El Sahel, entre el hambre y la violencia

El Sahel

La atormentada región del Sahel, que se extiende entre el océano Atlántico y el Mar Rojo, sigue atrayendo todos los problemas que los seres humanos pueden afrontar. Al hambre, crónica,  que de manera alternativa acosa a los habitantes de algunas subregiones, cada vez se van haciendo sentir con más fuerza los efectos del cambio climático. El Sahel, cuatro mil millones de kilómetros cuadrados de extensión, está considerado como  la zona más pobre e irredenta del mundo y, lejos de albergar esperanzas de que su situación cambie, todas las perspectivas son negativas.

Las sequías implacables impiden el desarrollo normal de las cosechas. Las plantas mueren por la carencia de precipitaciones y los frutos no llegan a madurar. Los organismos internacionales, como la ONU o la Unión Europea, envían ayudas que, además de escasas e insuficientes, en buena medida se pierden por el camino. Las oenegés hacen cuanto esté en sus manos, cuentan con personas dedicadas y sacrificadas que viven en penurias similares a las de los habitantes, pero carecen de medios y de recursos suficientes para paliar las necesidades y angustias en que se hallan sumidas.

Tampoco pueden trabajar libremente en todas partes. Las organizaciones yihadistas, que intentan aprovecharse de la desesperación de la gente insuflando el fanatismo religioso que propugnan, obstaculiza su actividad. A los problemas derivados de la pobreza hay que añadir la violencia terrorista que se va extendiendo por todo el territorio. A las organizaciones surgidas bajo la imagen e influencia de Al Qaeda hay que sumar las cada vez más activas en el marco del Estado Islámico (ISIS), ahora reforzadas por los terroristas llegados en desbandada tras la pérdida del territorio entre Irak y Siria que controlaban.

Algunas de las fronteras sahalianas están mal definidas y los gobiernos de muchos de los países que se reparten el territorio – Mauritania, Senegal, Mali, Burkina Faso, Marruecos, Nigeria, Chad, Sudán, Níger, Argelia, Libia, Etiopía, Eritrea, etcétera – carecen de capacidad defensiva para controlar e imponer la ley en sus territorios. Algunos lo han dejado por imposible a merced de la actuación, a todas luces insuficientes, del quinteto de países occidentales que están colaborando en el intento de frenar la expansión yihadista.

Algunos, como Argelia o Nigeria – que ha frenado la expansión de Boko Haram e incluso recuperado alguna de las comarcas que estaban bajo su control–, mantienen mejor dominada la situación, pero otros, como Níger, muy poco pueden hacer. Ocurre lo mismo con Burkina Faso, cuya debilidad está siendo aprovechada por las bandas yihadistas para llevar a cabo atentados y sembrar el pánico. Con todo, el país más amenazado por las organizaciones terroristas –Alqaeda del Magreb Islámico (AQMI), Movimiento para la Unidad de la Yihad en África (MUYANO), el Movimiento de Liberación Azaward (MNLA) o Ansar Al-Din– sigue siendo Mali.

Sólo la intervención militar francesa con el respaldo de otros países, entre ellos España, ha impedido que los terroristas de estas organizaciones, particularmente de Ansar Al-Din, se apoderaran del Gobierno legítimo maliense. Bamako, la capital, fue amenazada en varias ocasiones. La aviación gala hace incursiones frecuentes en el Sahel, donde las bandas terroristas tienen su base, y los bombardeos van logrando mantenerlas a raya a costa de amenazar y atemorizar a la población civil. Los yihadistas cuentan con un mejor conocimiento del terreno y disponen de armas heredadas del caos de Libia tras la caída de Gadafi.

Ante esta situación, las rebeliones frecuentes de los tuaregs, las tribus autóctonas del Sahel, se explican igual que se explica el éxodo masivo de sahelianos que huyen del hambre y la violencia, dos razones más que comprensibles de su abandono en busca de otros lugares donde poder comer y vivir sin miedo. En el Sahel hay riquezas minerales sin explotar, pero su situación impide ponerlas en explotación. Todo son sombras de cara al futuro y desgracias en el presente.

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