Túnez, en la encrucijada

El pasado veintisiete de junio fue un día aciago para la estabilidad política tunecina. Un doble atentado terrorista, perpetrado en esta ocasión contra la Policía, devolvió al ambiente una sensación de inseguridad que ya se estaba superando. La prensa internacional difundió la noticia poniendo énfasis al momento en que se produjo: en el inicio de la temporada turística, una actividad crucial para la endeble economía del país, que se empezaba a recuperar del miedo que anteriores atentados la habían estado afectando.
Cuando la población no se había recuperado del impacto del ataque yihadista, otro motivo de preocupación vino a complicar la confusión que existe en la actividad política. El presidente de la República, Beji Caid Essedsi, con amplios poderes a la hora de arbitrar conflictos, tuvo que ser ingresado en el hospital y su estado fue diagnosticado como grave. La incertidumbre que esta noticia ha generado se agrava si se recuerda que faltan apenas cuatro meses para las elecciones generales y presidenciales, con la precampaña ya iniciándose.
Ante la incertidumbre que genera la salud del presidente, surge la preocupación por la ausencia de un Tribunal Constitucional, necesario para resolver los problemas que se generen ante un vacío de poder como el que se teme. Cuando en 2014 se aprobó la Constitución democrática, gracias a la cual el país mantuvo la estabilidad frente a múltiples problemas, quedó pendiente la formación de una Corte Suprema que diese salida a las situaciones políticas y administrativas dudosas. Desde entonces los líderes políticos debatieron esta necesidad sin conseguir llegar a un acuerdo.
Ahora son conscientes de su error. Tampoco han conseguido consensuar un Código Electoral que encauce el proceso que se avecina. El primer ministro, Yousef Chahed, y el líder de la oposición, Rached Ghaanouchi, han celebrado reuniones para intentar paliar este vacío, pero hasta ahora sin éxito. Los demás partidos de la oposición desconfían y quieren participar también en la redacción de unos principios sobre los que las discrepancias son muchas y variadas. Todo ello contribuye a generar un aumento de la tensión que despierta la inquietud de quienes la siguen de cerca.
Si además se añade el descontento social que causa la situación económica, que no ha conseguido recuperarse después de más de una década de crisis, el panorama es, efectivamente, preocupante. Aunque la democracia surgida de la primera Primavera Árabe está bastante asentada, son muchos los enemigos con los que la libertad y la democracia cuentan, tanto en el interior como en el exterior. La constante amenaza yihadista es una prueba de que las diferencias en el entendimiento más laxo o más estricto de la religión son motivo de enfrentamientos.
En aquel proceso denominado primaveras árabes sólo la de Túnez salió triunfante. Todos los demás países próximos siguen teniendo gobiernos autoritarios para los que la libertad que existe en Túnez es un mal ejemplo. La incertidumbre que reina en Argelia desde la caída de Bouteflika tampoco ayuda a afianzar apoyos foráneos. Aunque con todo, lo peor es lo que está ocurriendo en Libia, un país sin Estado, caótico, en guerra y dominado en buena parte del territorio por bandas bien armadas que cruzan con facilidad las fronteras.
La democracia en Túnez cuenta con la solidaridad de los gobiernos y oposiciones democráticas de Europa. La forma en que los tunecinos han conseguido imponer y mantener el sistema democrático despierta admiración y respeto. Ante la situación en que se encuentra el país se vuelve más necesario que ese reconocimiento se complemente con estímulos y ayuda material. Francia está haciendo lo mismo que otros países, como España y la Unión Europea, pero para sacar a Túnez del actual atolladero el próximo proceso electoral es crucial y requiere mayor solidaridad.