¡Caracas, cumpleañera!

Caracas cumple 452 años. Yo nací hace más de 40 años en esta ciudad llena de verde y gris. Hoy hay más gris que verde. A veces hay chance de ver el cielo azul con pinceladas de nubes, que contrastan con el verde oscuro de mi amado ÁVILA, el pulmón vegetal de esta ciudad. Chávez le cambió el nombre y ahora se llama WarairaRepano, pero para mi sigue llamándose El Ávila. Necesito saludar esa montaña inmensa cada mañana, con un café oscuro desde mi ventana.
En sus calles hay amor y llanto. Hay sangre y hay dolor. Pero sobre todo hay pasión. Cualquiera que apenas conozcas te puede decir “mi amor”, sin que eso signifique más que un saludo cariñoso.
La escritora chilena Isabel Allende ha dicho que no podría haber escrito La Casa de Los Espíritus si no hubiese vivido en Caracas, ciudad en la que se exilió durante la dictadura de Pinochet. Este valle de guacamayas escandalosas y de clima desordenado acoge a unos 3 millones de personas que hacen vida entre apagones, transporte público deficiente, inseguridad y pésimos servicios en general.
Con atardeceres mágicos y llena de contrastes, puedes pasar por una calle y tener a tu lado derecho un barrio marginal y a tu lado izquierdo una urbanización de edificios clase media. Puedes caminar una cuadra con sol y a la siguiente cuadra caminarás bajo una lluvia sorpresiva. Puede hacer mucho calor en la mañana y frío en la tarde o viceversa. Puedes salir de tu casa con la mejor actitud y regresar sin el celular o sin el coche, depende de lo que se antoje el ladrón de turno. Puedes organizar una reunión del Foro de Sao Paulo y mientras más de 400 representantes de la izquierda mundial intentan arreglar el mundo, a unos pocos kilómetros hay un enfrentamiento durante largas horas, entre policías y ladrones, en un barrio marginal del oeste caraqueño.
Hay calles de Caracas que no me gusta visitar. Pero hay otros espacios que disfruto. Si, El Ávila siempre, pero también el Parque del Este (ahora se llama Parque Miranda), La Estancia, La Plaza El Venezolano, El Hatillo, el mirador de Valle Arriba, Los Próceres y conducir por la autopista cota mil cantando a Sabina a todo volumen. Bailar merengue y salsa en cualquier bar y tomarse un ron de verdad, o “echarse los palos” y reírse de los amigos y con los amigos, son placeres que permite esta ciudad.
Aunque Caracas fue conocida como “la sucursal del cielo”, tiene un temperamento nada fácil de tolerar y un denso lado oscuro. Pero también pasan cosas positivas, que a veces le permiten a uno reconciliarse con la humanidad.
Conozco a una colega periodista que se reúne con otros amigos cada fin de semana para preparar 60 sopas y salir a repartirlas entre los indigentes que deambulan buscando algo de alimento. Hay un chico de unos 16 años, que está organizando una fundación con su papá, para donar ropa y zapatos a los niños de la calle, que tantas veces Chávez prometió abolir y no pudo con ellos. Siguen en las calles, en los semáforos y en las terrazas pidiendo limosnas.
Hay grupos de madres que se reúnen cada fin de semana en parques y plazas para ofrecer charlas gratuitas sobre lactancia materna y crianza con respeto. Hay miles, ojalá sean millones, de caraqueños plenos de solidaridad y capaces de hacerte cualquier favor y cobrarte sólo una sonrisa.
Cuando salgo en la mañana la señora del quiosco de periódicos cercano a mi casa siempre me saluda y me da los buenos días con una sonrisa. Sonreír todas las mañanas en esta ciudad es un acto verdadero de resistencia.
Gracias Caracas, porque a pesar de todo y de todos, ¡te quiero!