África, déficit universitario

Foto: Universidad de Ciudad del Cabo (Sudáfrica)
La Universidad en su sentido más amplio es quizás la base más endeble del desarrollo africano. En algunos países, pocos, está mejorando de manera sensible, pero en otros continúa anquilosada en viejas fórmulas, sin recursos para evolucionar, y lo que quizás sea peor, sin prestigio dentro de la propia sociedad local. Muchos gobiernos, enfrascados en su afán de supervivencia, no se han percatado de que la enseñanza en todos sus niveles es fundamental y la universitaria, definitiva para el crecimiento.
La escolarización -sin ser suficiente- ha mejorado bastante, pero la Universidad bien podría decirse que está en retroceso. Su baja calidad y mal funcionamiento es una de las razones de que la prosperidad se ralentice y que los jóvenes prefieran someterse al calvario de la emigración. Naturalmente que hay excepciones, pero el común de las familias continúa viendo el futuro de sus hijos en las labores de la agricultura, la ganadería y otros oficios que no necesitan una formación específica, y no en sacrificarse para que cursen estudios superiores.
Indudablemente las dificultades económicas, con frecuencia la pobreza extrema, y la escasez de buenas comunicaciones para que los estudiantes del medio rural puedan desplazarse a las ciudades, que es donde las universidades están instaladas, dificulta cursar una carrera. Pero entre tantas explicaciones tampoco puede faltar la del desinterés de los gobiernos, más preocupados por obras e inversiones que proporcionen resultados visuales inmediatos.
La evidencia de que la Universidad en África no está al nivel que requieren unos países en pleno desarrollo, lo ha puesto en evidencia el llamado ranking de Shanghai (ARWU) que, tras evaluar meticulosamente el funcionamiento, instalaciones, dotaciones y calidad del profesorado de 1.800 universidades de todo el mundo, determina cuáles son las mil mejores. En el último ranking, conocido recientemente, sólo quince son africanas, tres menos que en la edición anterior. Tan magro resultado se vuelve más preocupante si se analiza cuales son las universidades que destacan.
Ocho de las quince son sudafricanas, encabezadas por la Universidad del Cabo, cinco egipcias y solamente dos del resto del territorio continental: una tunecina, la de Manar, y, sorprendentemente, la de Badhan, en la autoproclamada República de Somalilandia, una de las regiones que se han independizado en la disgregación de Somalia, el ejemplo de país que se ha quedado en la práctica sin Estado. Este éxito de la Universidad, creada hace pocos años por el régimen separatista que gobierna el territorio, se atribuye a la iniciativa de crearla y al esfuerzo de mantenerla en un territorio cuya soberanía no es reconocida.
Las autoridades de la seudorepública, que actúan con plena autonomía e independencia, están encabezadas por un consejo integrado por ancianos, que ha destacado en los años que lleva en el manejo del poder por su preocupación por la formación de las nuevas generaciones. Se han creado nueve escuelas, institutos y la Universidad, cuya calidad le acaba de ser reconocida a pesar del reducido número de alumnos, menos de mil, con los que cuenta. Económicamente el territorio es próspero pero la clave de del dinero que maneja está en las aportaciones de Kuwait, país con el que mantienen convenios al margen del Gobierno legítimo de Somalia, que está en Mogadiscio.
Las autoridades de algunos países culpan a la herencia colonial de la escasez de instituciones universitarias y una parte de razón no les falta, pero también es cierto que son ya varias décadas de independencia y, en cuanto a desarrollo universitario, muy poco lo que se ha avanzado. Entre las universidades que se han caído este año del ranking de las mil, están dos nigerianas y la de Makerere, en Uganda, que siempre ha gozado de un prestigio en la zona que ahora la ARWU le ha regateado.