Emergencia (socio)climática

Y, de repente, somos conscientes de que algo no va del todo bien. Eso que encontrábamos cada cierto tiempo en los informativos, pero muy alejado de nuestro entorno más habitual, se nos aproxima de manera ciertamente peligrosa. El tema sale hasta en nuestras tertulias intrascendentes y, a veces, también, entra en nuestros pensamientos mientras gestionamos nuestra vida cotidiana. Entonces cerramos el grifo o apagamos esa luz que siempre se queda encendida o realmente hacemos el propósito de que pronto separaremos los residuos domésticos e, incluso, recordamos que los vecinos han dejado su antiguo vehículo para disfrutar de uno eléctrico. La última noche, antes de sumirnos en el reparador descanso, estuvimos trasteando en el ordenador: “cambio climático”.
Sin embargo, continuamos pensando que eso no va del todo con nosotros. Somos demasiado insignificantes. Si no lo han resuelto “los influyentes”, “los poderosos”, los grandes países con sus colosales medios o la comunidad científica que todo lo sabe, qué vamos a hacer aquí, desde casa, desde el barrio o desde la isla. De todos modos, seguimos estando muy lejos y seguro que nos acomodaremos a lo que venga. Ya lo hemos escuchado en alguna tertulia: la humanidad se ha adaptado históricamente a muchos cambios, incluso ha sobrevivido a gigantes y horrendas guerras y a otras muchas calamidades. Estamos muy lejos, efectivamente. Apagamos la luz. Dormimos, tranquilos, no está en nuestra mano.
La emergencia climática ya está aquí, tocando a nuestra puerta. Suena un poco “chungo”. ¡Oye!, pues es verdad. Cada vez hace más calor y durante más tiempo o llueve de manera torrencial, las estaciones están un poco trastocadas, las plantas se han vuelto locas, los incendios parece que ahora son más voraces y, sobre todo, más y más personas hablan con más frecuencia de ello. Son crecientes los colectivos y las organizaciones que lo manifiestan y se manifiestan. Las redes sociales no paran y hasta los gobiernos en sus distintos niveles van pronunciándose sobre la situación con declaraciones institucionales. Algo tendremos que hacer entonces, pero qué. Por dónde comenzamos, a dónde me sumo o de qué me resto. Porque está claro que, una a una, todas las personas somos fundamentales para detener y si fuera posible revertir esto.
Está muy claro. La implicación deber ser total e ir de lo particular a lo general y viceversa. Pero lo general no está tanto en nuestras manos como lo particular, que asimismo influye decisivamente en lo primero. Se trata de conjugar todas las dimensiones y escalas: la persona, la familia, el grupo y los colectivos, la comunidad, el municipio, la isla…y así hasta el conjunto social. La humanidad. Pero volvamos a lo próximo. ¿Qué nos falta? Parece que, aparte de conciencia y voluntad en muchos casos, lo que se necesita sobre todo es adecuada información y pautas claras de intervención que lleguen a todas las personas. Sencillas, precisas, asumibles. De lo más simple a lo más complejo y que, específicamente, favorezcan el encuentro y la acción colectiva.
Pautas y referencias que nos ayuden a comprender la situación y a organizarnos mejor, para que, partiendo de lo individual, de manera inmediata, progresemos hacia lo comunitario. Ahí es clave el papel y la aportación institucional, facilitando los recursos precisos para procurar esa mejor organización, contando, además, con el ineludible concurso social en este proceso, haciendo protagonista y corresponsable a la ciudadanía. Y desde todos los ámbitos de competencia de las administraciones, para lo que tendrán que capacitarse y contribuir a capacitar al resto, sin pausa, porque no todo es válido y sirve a los fines generales que se pretenden alcanzar.
Constituye un cambio estructural más que significativo para el que parece no estábamos preparados del todo, por lo que debemos hacer juntos, sumando capacidades y experiencias. Esto supone apertura y confianza, o sea, “gobierno abierto” y la incorporación de más agentes sociales en sentido amplio, desde las organizaciones del sector empresarial o las de la propia ciudadanía, pasando por ámbitos estructurados como el educativo o el de la salud. Y plantea asimismo incorporar método, fórmulas eficaces para encontrarnos, dialogar y llegar a acuerdos sobre lo que hacer, para que realmente pueda ser efectivo y hasta enriquecedor. La ciencia y la técnica, también las sociales en este caso, pueden producir aportaciones relevantes y útiles a la imprescindible reacción y movilización colectiva, desempeñando un importante protagonismo.
Si lo hacemos bien, también de esta situación podremos salir reforzados como sociedad. No me imagino lo contrario, aunque a veces las perspectivas sean más bien pesimistas. Confiemos en la sociedad, aunque tendremos que ayudarla, porque en este tránsito más reciente de vida se ha olvidado de algunas claves fundamentales para actuar mas allá de lo individual y de lo coyuntural.
Grifos cerrados, luces apagadas, conectados solo los “aparatos” imprescindibles, basura bien depositada en sus contenedores correspondientes, mochila preparada que madrugamos mañana para limpiar algún camino…Nos vamos a dormir un poco más tranquilos, aunque expectantes: estamos en situación de emergencia climática.
(*) Vicente Zapata es geógrafo y profesor titular de la Universidad de La Laguna, director del Observatorio de la Inmigración de Tenerife y de diversos proyectos de innovación social.