Escuelas sin maestros en Venezuela

José Ignacio tiene 56 años, 26 de ellos los dedicó a la docencia. Se graduó en el Instituto Pedagógico de Caracas, Venezuela, y ejerció en varios colegios de la capital hasta que decidió jubilarse en el 2014. “Yo me vine a Caracas desde Portuguesa, para estudiar en la universidad. Mis padres y hermanos se quedaron en el campo. Aquí hice mi vida. Me gradué. Me casé. Tuve mis hijos. Enseñé matemáticas y luego fui directivo en una escuela hasta que me jubilé, pero ahora vendo cambures. A esto nos llevó este gobierno”, cuenta José Ignacio bajo el temido sol de mediodía en la capital.
Lo veía todas las tardes en una esquina cercana a mi trabajo. Vendía cambures o bananas en un kiosko improvisado. Un día bajé a comprarle, porque me dijeron que tenía buenos precios. Efectivamente, José Ignacio tiene el mejor precio de la zona, por eso tiene tantos clientes fieles, incluyéndome. Sin embargo, pese a su buen trato a los clientes, jamás me imaginé que fuese docente.
“Después que me jubilé me di cuenta que con lo que me pagaban de pensión no podía vivir en Caracas. Mis hijos están en el exterior. Mi esposa, que también es docente jubilada, se quedó en Caracas y yo me fui a trabajar el campo para poder mantenerme. Y desde hace un año me traigo la mercancía a Caracas y la vendo aquí. Cosecho cambures y plátanos en Portuguesa, los traigo y los vendo yo mismo aquí”, me cuenta.
Hace un año la esposa de José Ignacio enfermó y tuvo que regresar a Caracas. Dejó a sus hermanos, sobrinos y un par de empleados en la hacienda, mientras él se encarga de llevar a su mujer al médico y atenderle en su tratamiento. Cuenta que ha sido muy duro, luego de dedicar su vida a la docencia, no contar siquiera con un seguro médico donde puedan atender a su esposa. Tiene diagnosticado un carcinoma ductal en la mama izquierda. Debe acudir a la consulta en un hospital público.
“Las medicinas son costosas, no se consiguen en el país, mis hijos nos mandan algunas desde Chile y yo aquí hago lo que puedo con mi venta de cambur”. A José Ignacio se le nubla la mirada cuando habla de su esposa. “No es justo que dos educadores no tengamos ni cómo comprar las medicinas para un tratamiento. Entregamos la vida entera a formar generaciones y a veces no tenemos ni para hacer mercado”.
La semana pasada comenzó el año escolar en Venezuela. Los docentes realizaron manifestaciones en Caracas para exigir salarios dignos. Denunciaron el cierre de varios colegios privados por la inviabilidad para sostenerse ante la crisis económica. Señalaron también que más de 20 mil escuelas en el país tienen condiciones físicas deterioradas que imposibilitan el regreso a clases. Además, denunciaron que miles de docentes han migrado a otros países de la región mientras las aulas en Venezuela se quedan vacías.
Sin embargo los maestros fueron reprimidos justo al mismo tiempo que, irónicamente, en el Palacio Presidencial de Miraflores un sector de la oposición firmaba con el gobierno de Maduro un Acuerdo de Diálogo para la Paz. Es imposible hablar de paz en un país donde los docentes venden cambures para mantenerse o son reprimidos por la Guardia Nacional cuando exigen salarios justos. Imposible que un “Acuerdo de Paz” prospere ante tanta indolencia.