América

Una viuda desarraigada en Caracas

Escasez en Venezuela

Miriam se acostó a dormir con la esperanza de que su hija pueda enviarle la medicina que necesita para la diabetes. Sólo le quedan pastillas para tres días y no puede dejar de tomarla. En la oscura soledad de su casa, en Caracas (Venezuela), Miriam sobrevive al duelo de su esposo fallecido hace 4 meses y al dolor de tener a sus hijos en el exterior.

Sofía es la hija menor, quien con 21 años se aventuró a mudarse de país y llegó a Chile, donde trabaja de mesonera desde hace 6 meses. Con lo que gana logra pagar su alquiler, además de enviar dinero y medicinas a su madre. “Sofía era la alegría de esta casa. Eduardo José ya se había casado y se fue hace 5 años a Argentina con la esposa y mis dos nietos. Me quedé sola con mi esposo hasta que falleció por un accidente cerebrovascular”.

Miriam, entristecida, hace una pausa y ahoga el llanto para seguir el relato. “Ese día él estaba bien y de pronto se desplomó aquí en la sala. Yo no sabía qué hacer, ni a quién llamar. El conserje me ayudó a llevarlo al hospital público, porque no tenemos seguro médico para poder llevarlo a una clínica, pero Eduardo David no aguantó y llegó muerto”.

En medio del duelo migratorio que significa para Miriam tener a su hija menor fuera, perdió también a su esposo que era la única compañía que tenía en el país. “Mis dos hermanas están en Punto Fijo (estado Falcón) y ya no nos vemos. Casi todos mis sobrinos también se fueron. Yo hablo con Sofía todos los días, cuando el Internet lo permite. Sé que ella también está triste. Yo sólo quiero abrazarla”.

Miriam tiene 71 años y su esposo murió a los 75 años. Dedicaron su vida a la docencia universitaria. Pero el salario de jubilados no le alcanza ni siquiera para los alimentos básicos. Él, hipertenso y ella, diabética. Dependientes de medicamentos que les envían sus hijos desde el exterior, porque en Venezuela no se encuentran.

“Envejecer en este país parece un crimen. La pensión no alcanza. No consigues las medicinas. Hacer cualquier trámite es un suplicio. Todos los documentos tras la muerte de Eduardo David los tuvo que hacer un sobrino que me ayudó con eso. Mis hijos no pudieron venir. Y ahora quieren que me vaya con ellos. Esta es mi casa, este es mi país, ¿para dónde me voy a ir con tantos años encima?”, se pregunta.

El relato de Miriam es conmovedor. Es una abuela sin nietos. Una madre sin hijos. Una viuda más del terrible colapso del sistema de salud. Una enferma sin medicinas. Una venezolana sin país. Ella misma se describe así.

Mientras Miriam sufre su desarraigo, Estados Unidos prohibió la entrada de funcionarios venezolanos a su país. Perú expulsó por quinta vez a un grupo de venezolanos con antecedentes penales y prometió “endurecer” su “política migratoria” hacia Venezuela. En la 74 Asamblea General de la ONU en Nueva York, el presidente de Colombia, Iván Duque, insistió en que su homólogo venezolano, Nicolás Maduro, respalda a narcoterroristas (mirando la paja en el ojo ajeno). Piñera, de Chile, y Moreno, de Ecuador, también reiteraron sus ataques contra el “régimen despótico” de Maduro.

En Rusia también hablan de Venezuela, pero a favor. A propósito de la visita de Maduro, el mismo Putin reiteró su respaldo al jefe de Estado venezolano. Mike Pompeo, por su parte, anuncia millones de dólares para ayudar a los países de la región a enfrentar la crisis que les genera Venezuela. Delcy Rodríguez debe andar de “shopping” en la Quinta Avenida y Diosdado andará en lo mismo por Pyongyang.

Por este lado del mundo secuestraron y carbonizaron (quemaron) a un exgobernador chavista, quien gobernó el estado Cojedes durante 8 años. Jhonny Yáñez Rangel era solicitado por el delito de estafa, tenía dictada privativa de libertad, pero andaba conduciendo su coche muy normal. Un crimen horrendo, propio de cárteles del narcotráfico.

Pero el mundo no se entera del dolor de Miriam. Ella trata de dormir en la “potencia petrolera” con la esperanza de que su hija le pueda enviar sus medicamentos para la diabetes.

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