El Zulia, un estado petrolero que agoniza

Vicente tiene 78 años. Los pliegues de su piel me recuerdan a mi abuelo. Lleva la piel tostada por el sol zuliano. Vive en Maracaibo, o “sobrevive”, como dice él. El Zulia es una de las provincias más ricas del país, porque fue el primer estado petrolero de Venezuela, y aún mantiene un suelo rico en oro negro. Fue el primer estado en recibir las inversiones petroleras extranjeras.
Sin embargo, en los últimos años, el Zulia se ha convertido en tierra de nadie. Y desde marzo de este año, a raíz de los apagones, se mantiene en las penumbras del desarrollo, estancado en el tiempo y sin luz al final del túnel.
El día de Vicente comienza muy temprano. Vive con una hija y su nieta pequeña. Desayuna y sale a la calle a un Club de Abuelos que queda cerca de su casa. Allí pasa el día y le ofrecen almuerzo. En la tarde pasea por panaderías, restaurantes y supermercados para pedir algo de comida. “A veces tengo suerte y me regalan un poco de harina o algún pan y lo llevo a la casa para que mi nieta cene. A veces nos toca acostarnos sin cenar”, cuenta.
Su esposa murió el año pasado por una complicación médica. Desde entonces la crisis ha empeorado. En el Zulia los cortes del servicio eléctrico son diarios y pueden durar hasta 24 horas. El agua llega una vez a la semana. El servicio de gas doméstico falla mucho. Las filas para poder llenar un tanque de gasolina tardan días enteros.
“Si le pagas a un guardia nacional 20 dólares, te deja pasar primero en la fila para cargar el tanque de gasolina, pero, si no, tienes que esperar horas o días. Las escuelas no pueden dar clases siempre y a veces los niños tienen solo 2 o 3 horas de clases. Los comercios sin planta eléctrica no pueden funcionar. Y aquí con el calor es insoportable. La crisis es insoportable, demasiada oscuridad”, concluye.
La hija de Vicente gana poco más de sueldo mínimo pero el salario no le alcanza para mantener a su hija y su anciano padre. “Yo soy un estorbo porque no puedo trabajar. Tengo diabetes y soy hipertenso. No estoy tomando las medicinas porque no las puedo comprar y además no se consiguen. Todas las noches le pido a Dios que me lleve con él”, dice con la voz cortada.
Vicente es uno de los zulianos que vivió durante toda su vida de la bonanza petrolera. Trabajó en los campos de petróleo hasta que se jubiló. Me contó que trabajando con las empresas petroleras pudo comprarle una casa a su familia. “No teníamos lujos, pero vivíamos bien, nunca faltaba la comida, ni la educación a mis hijos. Teníamos un seguro médico y una buena jubilación”.
Sin embargo dice que en los últimos cinco años el deterioro de su calidad de vida ha sido incalculable. “Lo que me pagan de jubilación no me alcanza ni para medio kilo de queso. Ya no tengo seguro médico. Y sin luz, ni agua, ni gas, esto no es vida”
La piel de Vicente habla de haber recibido mucho sol. Pero sus ojos se entristecen cuando recuerda lo que tuvo y lo que ahora le falta. Su súplica diaria es cambiar de plano existencial, para “solucionar” las carencias y necesidades.
El sol en Maracaibo es muy fuerte. Más de 40 grados de temperatura nos obligan a despedirnos en una calle cercana a la Basílica de la Virgen de Chiquinquirá, patrona del Zulia, quien también parece haberse olvidado de Vicente.