Cuba: El anciano Octavio y “paredón pa los gusanos”

Estamos viviendo otra etapa muy difícil en Cuba y me hace recordar aquello que Fidel llamó “Periodo Especial”. Esto Díaz-Canel lo ha bautizado como “Situación Coyuntural”. Es lo mismo con otro nombre, aunque actualmente se suscitan más protestas y la respuesta del gobierno es más represión. No obstante, tenemos una ventana al mundo con Internet, (poco, lento y caro), aunque es un servicio al que todos no pueden acceder. Sin embargo, fluye mucho más información para los cubanos, nos enteramos mejor de lo que acontece fuera de Cuba y, aun con muchas limitaciones, podemos dar a conocer algunas de las cosas que padecemos.
Aquel “Periodo Especial” comenzó en 1989 con el derrumbe del Campo Socialista. Vivía en casa de mi madre, casada con un médico que decidió hacer dos especialidades más (médico de familia y pediatría). Aun así, no teníamos vivienda propia. Tampoco forma de obtenerla, ni las más remota esperanza de conseguirla algún día. Ya teníamos un hijo y estaba embarazada de mi hijo pequeño. La angustia, la desesperación, se apoderó de todos cuando comenzaron los largos apagones de agua, luz y gas. Las interminables colas para comprar algo de alimento. El transporte se vio afectado. Comenzaron a llegar las bicicletas chinas que, en principio, se vendieron en centros de trabajo y estudios. Los habaneros en su mayoría se movían en bicicleta y hasta la policía se trasladaba así, aunque tenían los autos patrullas para situaciones más complicadas.
A mi marido le entusiasmó la idea de irnos a vivir a una posta médica. Le propusieron ser médico de familia. En aquellos años en Cuba construyeron unos consultorios que en la parte superior tenían unos apartamentos pequeñitos, con el objetivo de que el médico viviera en ellos con su familia. Nos fuimos a vivir a una “posta médica”, así se les llamaba entonces. Nunca me convenció la idea, pero era la oportunidad de independizarnos como familia.
Fuimos muy bien recibidos por los vecinos. Veían que al médico lo tenían entre ellos, era un vecino más y como tal lo trataban. Aclaro que en Cuba un médico no es clase alta, al contrario, son de los que peor viven: ganan un bajo salario, trabajan muchas horas y no pueden dedicarse a otra actividad. Entonces el salario era de 325 pesos cubanos. El dólar estaba penalizado, por lo que su valor era muy elevado. Se podían encontrar, pero era complicado. El cambio estaba a 1$=120 pesos, por lo que un médico no llegaba a ganar 3$. Se quedaba en la ridícula cifra de 2$ y centavos.
Hablo de dólares sólo por hacer una comparativa. En esos años sólo podían comprar en las tiendas de Cuba que vendían en dólares los extranjeros. Muchos cubanos compraban dólares por supuesto a escondidas y con algún ruso accedían a las tiendas y compraban alimentos. En nuestro caso era imposible. Los técnicos soviéticos y de otros países socialistas demoraron un tiempo en retirarse y algunos ya casados con nacionales se quedaron a vivir en la isla. Lo pasamos muy mal en muchas ocasiones. A pesar de que yo trabajaba, mi salario era inferior a 2$.
Por otra parte, vivir allí era como vivir en las urgencias de un hospital. Cuando se cerraba la consulta a las ocho de la tarde, entonces tocaban a la puerta de la casa. El domingo era el único día que no abría la consulta y todos acudían a casa con cualquier tipo de dolencia. La “posta médica” no contaba con muchos recursos y en más de una ocasión el médico tuvo que salir corriendo a la calle y parar cualquier vehículo para que transportara a un infartado al hospital.
El pequeño apartamento tenía una mínima cocina y para cocinar, dos hornillas eléctricas, que casi siempre estaban rotas. Además teníamos apagones de hasta 8 horas. Aquello se convirtió en una agonía, un martirio, un castigo. Nos hicimos con un pequeño fogón de queroseno que inundaba todo de un humo negro que llegaba hasta el techo y hacía oler mal. Era viejo y estaba oxidado pero nos sacó de muchos apuros para calentar la leche del bebé y hacer algo de comer.
En medio de toda aquella desgracia hicimos buenos amigos y tuvimos muy buenos vecinos. Cuando no puedes hacer nada porque no hay luz, ni gas, ni agua, sólo te queda charlar. Agobiados por el calor, casi todos lo hacíamos en la acera, en los portales o los patios. Así comencé a conversar con Freddy, Irma, Alicia y muchos otros. Pero sin lugar a dudas Octavio fue ganando mi amistad. Era un hombre bajito, más bien con sobrepeso. Apenas le quedaba pelo, caminaba como quien está muy cansado y siempre parecía triste.
En una noche de apagón se me acercó y comenzó a hablar. “Creo que esto es para largo”. Respondí: “No, seguramente ya están al poner la luz”. Así empezaron nuestras charlas. Los mayores no sólo son experiencia y sabiduría, también son historia. Este anciano siempre tenía muchas ganas de charlar, como casi todos. En principio pensé que vivía solo, pero no, vivía con la esposa. Un día me contó que apenas podía hablar con ella porque no se llevaban bien. Pensé que eso era lo que lo tenía triste y le pregunté si no tenía hijos. Me dijo que sí, que tenía una hija, pero estaba casada y no la veía frecuentemente.
Cuando ya tuvimos confianza, Octavio subía a casa, se sentaba en la sala y charlaba largos ratos. Me contaba cosas que había vivido. Un día me habló de que perteneció a la O.R.I. Esta organización no la conocen las generaciones actuales. No aparece en libros de historia de Cuba, como tantas y tantas cosas que han sucedido y no se mencionan. Ya nadie sabe que existieron. La O.R.I. se fundó en 1961 para reunir a todas las organizaciones que apoyaban a Fidel Castro: miembros del 26 de Julio, del Partido Socialista, del Partido Comunista y del Directorio Revolucionario 13 de Marzo. Se deduce que fue idea y creación de Fidel.
Se fueron sumando simpatizantes, aunque no llegaban a las altas esferas. Allí se mantuvieron los de siempre. Los simpatizantes eran los que estaban en las calles, se enfrentaban a los inconformes, a veces los golpeaban, salían en grandes grupos y cantaban: “La ORI, la ORI, la ORI es la candela, no le diga ORI, dígale candela”. Sin lugar a dudas ese fue el principio. Pensar y opinar diferente se podía pagar caro, pero la O.R.I fue más allá. Recuerdo a muchos, cientos, miles, desfilando por las calles habaneras. Me hacían sentir miedo. Yo era una niña. Iban cantando: “Paredón pa los gusanos, paredón”.
Cuando mi amigo Octavio hizo referencia a su participación en la O.R.I. me vinieron a la mente aquellas imágenes y sin pensarlo le pregunté si era de los que pedía paredón pa los gusanos. El pobre anciano bajó la cabeza y me respondió que sí, que era una tristeza muy grande que llevaba en su corazón. Había pedido que fusilaran a los que no creían en aquella revolución y en Fidel. Con la voz entrecortada y un pesar visible agregó: “Ahora no me gusta como están las cosas, me siento engañado, utilizado y abandonado. Ahora yo también soy un gusano”. No sabía qué decirle y simplemente le argumenté: “Tu generación completa fue engañada. Lo que hiciste ya no tiene arreglo, lo importante es no repetir errores”.
Un día que manteníamos una charla divertida, nos estábamos riendo, tocaron a la puerta. Cuando abrí era una muchacha rubia. La reconocí. Había sido compañera de escuela. Se lo dije y negó conocerme y negó haber estado en esa escuela, pero yo la recordaba bien. Integraba el grupo de las chivatas que nos hacían la vida imposible. Me dijo que venía a buscar a su padre, que era Octavio, y su madre le había dicho que estaba de visita en mi casa. Sin lugar a dudas el anciano había sembrado en la hija la semilla de la intolerancia y al parecer ella quería borrar ese pasado también. Cuba está repleta de arrepentidos. Por suerte, cada vez menos.
Sólo vivimos en ese sitio tres años. Volvimos a casa de mi madre, no pudimos soportar la presión de trabajo y no tener ni un día de descanso. Octavio siguió siendo nuestro amigo y nos iba a visitar con frecuencia hasta que murió.
En estos días se han visto las protestas de Ecuador, Chile y Argentina. Han hecho que sus gobiernos rectifiquen y al menos en las imágenes que he visionado no se ve a ningún compatriota pidiendo cárcel y paredón a los que protestaban. En Cuba no se puede ni opinar en contra del gobierno porque te condenan a cárcel. Así es el paraíso socialista tropical, muy diferente a los países donde hay capitalismo.
Octavio, creo que tienes el perdón de todos. Espero que descanses en paz allí donde estés. Eras un hombre de pocos estudios, muy trabajador y honesto. Creíste y actuaste en consecuencia, como millones de tu generación. Para mí es importante que fuiste capaz de pensar y decir que lo hiciste mal. Lo de tu hija ya es otra cosa, me cuesta más entenderla y perdonarla. Si tiene estudios, es inteligente y pretende negar lo que hizo, ¿está avergonzada o tiene miedo? Eso no es arrepentimiento, eso es huir. Muy de cobardes.
Como sus chivatazos por cosas comunes entre jóvenes (reírse después que apagaran la luz del albergue y mandaran a dormir, hablar en clases si la profesora estaba de espaldas escribiendo en la pizarra…). Cosas nada graves. Allí estaba ella para chivarse de quien se había reído o hablado. Por eso te podían poner un reporte. Entonces estudiábamos en régimen internado y eso conllevaba que no te dejaran ir a casa el fin de semana, no ver a tu familia y quedarte retenida en la escuela.
Entonces, Miriam (que así es como se llama la hija de Octavio), espero que sigas en Cuba, que ahora estés pasando la situación coyuntural, porque sería sorprendente que ya no vivas en la isla. O quizás no tanto. Como miles y miles de arrepentidos que se han escapado, pero nos dejaron esta herencia. Eso es lo peor: ayudaron a consolidar una dictadura, a mantenerla y huyeron. Salud y suerte, Miriam y similares.