27 de febrero de 1989: 31 años después, la tragedia es peor

Este 27 de febrero se conmemora en Venezuela el aniversario del llamado “Caracazo”. Hace 31 años los caraqueños se despertaron con la imposición de medidas del Fondo Monetario Internacional (FMI). El aumento en los precios del pasaje y la gasolina fueron los detonantes de una jornada de protestas y manifestaciones que dejaron centenares de muertos y desaparecidos.
La policía reaccionó bajo la orden de represión absoluta; de hecho, sacaron al ejército a las calles para contener las manifestaciones. El país estaba en caos: suspensión de garantías, toque de queda, balas perdidas. Según las cifras oficiales hubo 276 muertos y más de 3 mil desaparecidos, pero todos sabemos que son más.
Fueron largos días con sus largas noches desde aquel 27 de febrero hasta el 4 de marzo que comenzamos a retomar la “normalidad”, en medio de una ciudad cuyas calles, llenas de sangre, piedras y balas, parecían un campo de guerra. Y, desde entonces, Venezuela ya nunca volvió a ser normal.
Hugo Chávez decía que el 27 de febrero fue el “despertar del pueblo”, el “comienzo de la revolución”. Más de 30 años después (con “revolución bolivariana” de por medio) las condiciones que produjeron aquel estallido social son iguales o peores.
La situación económica en 1989 era crítica porque tras dos décadas de bonanzas por el boom petrolero, cayó el precio del crudo y Venezuela vivió en 1983 una devaluación importante del bolívar. Aumentó la inflación y con ello el índice de pobreza y en ese contexto, al entonces presidente Carlos Andrés Pérez (en su segundo mandato), no se le ocurrió otra cosa que pedirle una “ayudita” al FMI que accedió con sus debidas condiciones.
No era el país de las maravillas. No era la democracia perfecta. Había pobreza. Había represión. Había desapariciones selectivas. Asesinatos de líderes sociales y estudiantes. Sin embargo, en la década de los 80 —ni siquiera en los 90— no se llegó jamas al nivel de hiperinflación, desabastecimiento y pobreza que tenemos actualmente. Desde el año 2014 han muerto más de 200 venezolanos en las protestas y guarimbas de la oposición. Todo ello sin sin contar los venezolanos que han muerto fuera del país, los que mueren caminando hacia los países del sur, los que desaparecieron en las embarcaciones que han tratado de huir hacia Curazao o Trinidad y Tobago, los que han muerto sin ser atendidos en los hospitales y los niños que murieron el año pasado esperando un trasplante de médula. Venezuela tiene casi 8% de la población desnutrida, según lo revela el informe del Programa Mundial de Alimentos de las Naciones Unidas.
En estos últimos cinco años hemos tenido más de 14 mil presos políticos y solo en el mes de enero 2020 hubo 618 protestas según indica el Observatorio Venezolano de Conflictividad Social (OVCS), por reivindicaciones laborales y servicios públicos. De acuerdo a cifras oficiales del Banco Central de Venezuela (BCV), la inflación cerró el 2019 en 9.585,50 %, mientras que en el año 1988 el cierre anual fue de 37%.
Actualmente el bolívar casi ha desaparecido porque el 64% de las transacciones se hacen en dólares. El salario mínimo equivale a 3 dólares, mientras que en 1989 representaba 300 dólares. Tampoco en 1989 teníamos 5 millones de venezolanos migrados a países vecinos, huyendo de la crisis; todo lo contrario: seguíamos recibiendo extranjeros de países vecinos que escapaban de sus guerras.
Este no era el panorama de hace 31 años, y jamas nos imaginamos que llegaríamos a este nivel de deterioro social y económico a merced de una clase política corrupta y nefasta que nos mantiene secuestrados en nuestro propio país.
Sin embargo, no reaccionamos. No volveríamos a reaccionar como en 1989 porque se perdieron muchas vidas inocentes y el dolor nos ahogó durante años. Y, sin embargo, parece que padecemos el síndrome de Estocolmo. El 27 de febrero de 1989 despertamos del terror de una “democracia” y, 31 años después, sucumbimos ante el terror de una dictadura disfrazada de socialismo.