Lesoto, el reino olvidado

Muchas veces se califica a Lesoto como el reino olvidado de África. La actitud pacífica de sus dos millones y cuarto de habitantes y su alejada situación geográfica –un enclave en el territorio sudafricano con apenas 30 kilómetros cuadrados de superficie– lo mantienen a menudo olvidado por la actualidad. Pero es un país que tiene vida y, como en todas partes, también ocurren cosas que rompen con la imagen que proyecta al exterior.
Ahora mismo, la gran preocupación es la sequía que, al igual que ocurre en numerosos países africanos, está desolando la fuente principal de actividad e ingresos de una población eminentemente campesina. Pero también la política se agita de vez en cuando y, de manera especial, lo ha hecho en estos últimos cuatro años. El entramado institucional en Lesoto lo encabeza una monarquía parlamentaria.
El Rey, Letsie III, formado en Inglaterra, aunque con apenas poderes ejecutivos, es la garantía constitucional que mantiene el sistema democrático. Los problemas están entre los militares, que de vez en cuando quieren mayor protagonismo, y los propios líderes políticos que, como ocurre en otros tantos lugares, no se resignan adecuadamente al veredicto de las urnas ni renuncian a sus ambiciones de poder.
En los últimos años, la política nacional pasó por un golpe de Estado que en 2014 derrocó al veterano primer ministro Thomas Thabane, que, después de dos años de exilio en Sudáfrica, en 2017 regresó a Lesoto para competir en las elecciones en las que recuperó su puesto, del que estos días saldrá por la puerta de atrás, como suele decirse. En este caso, no por la fuerza de las armas, sino por la decisión de la justicia, que le acusa de haber sido el instigador del asesinato de su esposa, Lipolelo, de sesenta y ocho años.
Según relata el semanario Jeune Afrique, la mujer, de la que estaba en trance complicado de divorcio desde hacía tiempo, fue tiroteada cuando regresaba en coche con una amiga a Maseru, la capital, y murió en el acto. Faltaban apenas cincuenta horas para que su marido tomase posesión del cargo en un acto multitudinario que, a pesar de las presiones y recomendaciones para que se aplazase, él no accedió a retrasar.
En la solemne toma de posesión, el primer ministro, de setenta y siete años, tenía sentada a su lado a Maesaiah , una mujer de cuarenta y tres, treinta y cuatro años más joven, con la que apenas tardaría dos meses y medio en casarse. Thabane resistió dos años las sospechas de que el nuevo matrimonio algo había tenido que ver con el asesinato de Lipoleto. La oposición parlamentaria no abandonó la convicción de que no era inocente y convirtió su mandato en una pesadilla con insinuaciones que alimentaban las dudas populares sobre su inocencia.
Fue la policía la que acumuló pruebas y la justicia, en un alarde de independencia que dignifica su respeto a la división de poderes, trabajó en las investigaciones y fue acumulando pruebas que acusaban a Maesaiah de ser la responsable de la muerte de su rival. Pero ahora se han completado con la acusación de que ella no actuaba por su cuenta: su marido, el primer ministro de Lesoto, ya de ochenta años, acaba de ser acusado de instigador. El juicio se verá en los próximos días.
Ante la contundencia de las acusaciones, el primer ministro, Thomas Thabane, ha acabado anticipando de manera ambigua su propósito de dimitir, alegando como razón su avanzada edad para desempeñar el cargo. La oposición le exige que lo haga inmediatamente, pero él remolonea y ha fijado el mes de julio para hacerlo. Entre tanto, en espera de la sentencia, promete dedicar su atención a enseñar a su sucesor la situación del país y la manera de gobernarlo.