El peso de la deuda

La deuda externa ha sido un problema difícil desde un principio para los jóvenes estados subsaharianos que iban obteniendo, no sin pelear, la independencia. A partir de entonces apenas tuvieron oportunidad para poner sus economías al día y poder emprender sus necesidades de desarrollo. La limitación de medios para cumplir programas y crear industrias, comunicaciones y puesto de trabajo han sido a costa e endeudarse más y más.
Así se ha llegado a la situación actual en que el pago del servicio de la deuda oscila entre el quince y el treinta por ciento de los presupuestos del Estado. Con esa rémora, poco pueden hacer para sacar adelante los gastos corrientes y fijarse nuevas inversiones imprescindibles para progresar. Algunos lo han conseguido en una pequeña parte hipotecando sus materias primas más valiosas o sacrificando en exclusiva sus exportaciones.
La situación se agravó aún más ante la inesperada irrupción de la pandemia del coronavirus. Aunque inicialmente se temió que en África el desastre fuera mayor que en los países occidentales, la realidad que con ser muy grave –se ha cobrado ya alrededor de dos mil vidas– tan dramáticas previsiones no se han cumplido. Pero la pandemia todavía no ha sido superada y las perspectivas continúan preocupando.
Las endebles economías africanas carecen de medios sanitarios para hacerle frente y de dinero para adquirirlos en un mercado internacional en que muchos de ellos escasean y sus precios se han disparado. Tampoco su capacidad de organización y disponibilidad de medios de comunicación responde a las necesidades que implica una orden global de confinamiento ni a las ayudas imprescindibles para que las familias pobres tengan cubiertas sus necesidades básicas.
Hace tiempo que se viene insistiendo, tanto en la prensa europea como norteamericana, así como en los foros internacionales sobre la necesidad de adoptar medidas para que se apliquen rebajas y aplazamientos de esas deudas, pero todo se queda en buenas intenciones de los gobiernos y grandes banqueros. Existe conciencia general de que el desarrollo africano es fundamental para la economía mundial sin que se avance en serio de esa empresa.
De todas formas, esa exigencia ya se ha quedado obsoleta. Aplazar la deuda no satisface las necesidades más imperiosas de esos países. La reclamación que ahora se escucha, cada vez en forma más elocuente, es que la deuda se cancele. Y no son sólo los propios países afectados, que ven como no pueden hacer nada por la suerte de sus ciudadanos, los que lo reclaman.
También en organizaciones internacionales y en variados ámbitos de países de otros continentes se reivindica una decisión conjunta de solidaridad que permita que en África las personas tengan la misma oportunidad de evitar contagiarse o curarse. Estos días, tres personalidades de máximo relieve en el Continente han creado una comisión especial para acumular respaldos para defender esta necesidad.
La comisión la preside el jefe del Estado de Sudáfrica –el más afectado por la pandemia junto con Egipto–, Cyril Ramaphosa, en su condición de presidente de la UA (Unidad Africana) y miembro del grupo de los Veinte; el presidente de Senegal, Macky Sall, y el primer ministro de Etiopia, Abiy Ahmed, galardonado recientemente con el Premio Nóbel de la Paz.
Obviamente, la deuda varía mucho entre unos países y otros. El más endeudado, aunque también el más rico en recursos, es Angola, con 78.735 millones de euros. En total la deuda acumulada se eleva a 1.031.755 millones de euros.