Mauricio defiende la biodiversidad

Es admirable –y así empieza a ser reconocido– la reacción de los habitantes de la Isla Mauricio ante la desgracia que les ha sobrevenido con el desastre en sus costas del petrolero japonés MV WakashioA, con 4.000 toneladas de crudo a bordo. La embarcación chocó con un arrecife y posteriormente se partió en dos.
Dos mil toneladas pudieron ser extraídas antes de que se derramasen, pero el resto se expandió como una inmensa mancha negra sobre unas aguas cristalinas que fueron escenario de algunas películas y se habían convertido en un atractivo turístico que estaba cambiando la economía de la Isla. Un desastre sin paliativos.
El daño ecológico se calcula que tardará muchos años en recuperarse. Alrededor de 80 especies marinas, algunas únicas, han desaparecido quizás para siempre. La pesca, tradicionalmente el principal medio de vida de buena parte de los habitantes, quedó invalidada para largo tiempo. La biodiversidad que caracteriza el paisaje de la Isla también resultó afectada de manera grave.
Aunque el Gobierno japonés ha anticipado que pagará todo lo que determinen las leyes del mar, será imposible resarcirse de los daños. Millares de trabajadores empleados en la creciente industria turística y sus derivados se han quedado sin trabajo y el territorio no ofrece especiales posibilidades de desarrollo al margen del mar, sus playas y su hospitalidad.
El Gobierno de Port Louis –la capital– reclama ayuda internacional. Esperar por la indemnización japonesa se teme que será lento. La población ha contemplado el desastre con serenidad y desde los primeros momentos se ha mostrado dispuesta a colaborar para reducir en lo posible el daño causado. Desde hace más de dos semanas, mil voluntarios que se van turnando, intentan limpiar las playas y las aguas.
La marea negra se extiende varios kilómetros en torno a buena parte de los 2040 kilómetros cuadrados que tiene la isla Mauricio de extensión. Se calcula que todavía quedan flotando unas mil doscientas toneladas de crudo que se expanden conforme sople el viento y evolucione el oleaje. La fauna, peces e incluso aves, ha desaparecido.
Es un trabajo ímprobo limpiar las costas e imposible devolverles la policromía que las ha hecho famosas. En el empeño por salvar cuanto sea posible se suman muchas mujeres. La gente es consciente del valor que se ha perdido y de la necesidad de cuanto esté en sus manos de salvar la biodiversidad amenazada.
El ejemplo que están dando ha sido recogido por la prensa internacional y algunos gobiernos y organizaciones humanitarias y ecológicas han empezado a enviar material técnico y ropa adecuada para trabajar con mayor rapidez, eficacia y seguridad. Algunos técnicos extranjeros expertos en mareas negras han acudido a asesorar a los trabajadores locales.
No es el primer accidente de estas características que se producen en el mundo causando desastres ecológicos de la misma naturaleza. En esta ocasión, la modestia y la pobreza de un país pequeño y de recursos limitados se hace sentir más y lleva a reflexionar. Un accidente de estas características hunde a un país en la pobreza y en la incapacidad para recuperarse.
Y en el caso concreto de la isla de Mauricio, cuando sus habitantes habían empezado a descubrir el turismo, que en poco tiempo había conseguido cierto desarrollo con la inversión extranjera en hotelería y otros servicios que facilitaban la llegada de visitantes. Para sus habitantes es una frustración añadida a la COVID-19, que también estaba mermando ya la afluencia de extranjeros.